Con Fred Zinnemann desaparece el penúltimo vienés de Hollywood
Gran disparidad de valoraciones rodeó a sus más célebres películas
Con la muerte de Fred Zinnemann, ocurrida el pasado viernes en su casa de Londres, se borra la penúltima huella del rastro que trazaron hacia Hollywood los hombres de teatro y de cine que emigraron o huyeron de Viena antes y durante la nazificación de Austria en los años treinta. Sólo queda -del ramillete de eminentes nombres que arrastró esta riada, vital para la forja del Hollywood clásico- Billy Wilder. Zinnemann no alcanzó las alturas de éste, ni las de Erich von Strocheim, Joseph von Sternberg, Otto Preminger, Edgard Ulmer, Max Reinhardt y Fritz Lang, los grandes vieneses, pero se sostiene entre estos inalcanzables paisanos y ocupa un rincón propio entre sus sombras.
Fred Zinnemann nació el 29 de abril de 1907. Le faltaba por tanto mes y medio escaso para convertirse en nonagenario y en su casa londinense y fuera de ellaci.nematecas y publicaciones especializadas- preparaban la celebración del acontecimiento. En los últimos años, -a raíz de la revisión de su obra en Berlín y del mea culpa de algunos de sus más furibundos detractores de antaño, su cine obtiene una creciente rehabilitación, que ya ha llegado a las antenas de los historiadores de la pantalla, quienes han comenzado a ver de otra manera sus películas, descubriendo en ellas complejidades que antes pasaron inadvertidas.
En 1951 Zinnemann era un profesional curtido por un cuarto de siglo encerrado en los recovecos de su oficio, pero nadie reconocía en él más mérito que el de un director (con oficio sólido, pero rutinario) de películas de encargo, concebidas y hechas al dictado de los estudios. Era falso. Bajo su aspecto tímido y contemporizador, su caracter apacible y su voz suave -en las antípodas del tono hiriente y despótico de sus encumbrados paisanos- había una persona de convicciones firmes, que aceptaba negociar con los ejecutivos de los estudios cuestiones que consideraba adjetivas, pero que no cedía ante ellos un milílimetro en los territorios que veía como fondo de su trabajo: las ideas que se movían en la película y la dirección de los actores.
Pero el enorme, casi mareante éxíto -arrastró a los cines masas ingentes de espectadores en las cuatro esquinas del planeta y esto nunca se le subió a la cabeza- que alcanzó en sólo dos años, tras el estreno de Solo ante el peligro en 1952 y De aquí a la eternidad en 1953, volvió del revés su imagen de segundón y le convirtió casi de la noche a la mañana en un director estrella, equiparable a los dos más cotizados de aquellos años: William Wyler y George Stevens.Sin embargo, al mismo tiempo que alcanzaba el reconocimiento en Estados Unidos -dos oscars, por De aquí a la eternidad y Un hombre para la eternidad- en su Europa comenzó a contestársele y con dureza. El rechazo a Zinnemann lo desencadenaron -y en ellos llegó a adquirir en ocasiones proporciones virulentas- algunos jóvenes críticos de cine franceses que, a caballo entre las décadas cincuenta y sesenta, prepararon modelos de renovación formal que más tarde dieron lugar al cine de la llamada nueva ola.Hace cinco años, uno de ellos, el ahora eminente director Bertrand Tavenier, el más ecuánime y con mirada más ancha de aquellos jóvenes críticos, rehizo sus sumarios juicios de entonces y reconoció que tras ellos había una mirada sectaria y en algunos
aspectos obcecada, que le impidió ver que el popularísimo cineasta vienés no era tan elemental como le parecía entonces y que en su obra quedan varios filmes enteros (y vigorosos instantes de otros) llenos de fuerza y generosidad combativa.
Zinnemann, nacido en una familia austriaca conservadora y acomodada, colgó sus estudios de abogacía en la universidad de Viena, se fue a Berlín y en 1927 Eugen Shuftan, un genio de la fotografía, le contrató como ayudante. Pronto le llamó otro horizonte: viajó a París y desde allí saltó en 1929 a Hollywood, donde inmediatamente entró en círculos próximos a sus paisanos vieneses. La actríz y guionista Salka Viertel, íntima amiga de Greta Garbo y de Serguéi Eisenstein, le acogió en su célebre mansión del 65 de Mabery Road, en cuyos salones se le abrió la puerta a una colaboración que resultó decisiva para su aprendizaje: un contrato de ayudante con el marido de la anfitriona, Berthold Viertel, con el que trabajó en cuatro filmes.
En 1934, Zinnemann decidió independizarse e hizo en México, bajo fuerte influencia de Eisenstein, un largometraje documental titulado Redes, con el que logró ganarse el pasaporte de documentalista y cortometrajista y ser acogido en los intrincados pasillos del imperio de Irving Thalberg, la Metro-Goldwyn-Mayer, que en 1942 le condujo a su primer largometraje de ficción: Eyes in the night, desde el que inició la escalada (un filme por año) al estallido de 1952-53 que le situó en la cumbre.La celebridad de los dos filmes de esa cumbre oscureció otros precedentes de no menor calado: en 1948 Los ángeles perdidos, donde debutó en el cine Montgomery Clift; en 1949 Act of violence, su más radical e intensa película; en 1950 Hombres, primera de Marlon Brando; y en 1951 Teresa, llegada al cine de Pier Angeli adulta. Su defensa de Clift -a quien el productor Harry Cohn quería echar del reparto- para protagonizar De aquí a la eternidad fue terca: no cedió. Y no solo aceptó la imposición de Frank Sinatra -a su vez impuesto a Cohn por la Mafia- sino que le hizo ganar un oscar enseñándo el abecedario de la dramaturgia a un cantante que estaba verde en ella.
Elegancia y precisión
Encumbró a Donna Reed y Paul Scofield con sendos oscars y logró otro para Gary Cooper, pues este, martirizado por una úlcera sangrante de duodeno durante el rodaje de Solo ante el peligro, creó (literalmente mimado por Zinnemann) un genial travase de su dolor físico al sufrimiento moral de su personaje, el sheriff Ben Kane. Deborah Kerr y Robert Mitchum bordaron filigranas en Tres vidas errantes (1960) y el actor dijo que nadie le había dirigido con tanta elegancia y precisión. Extrajo prodigios del rostro de Vanessa Redgrave en Julia (1977) y encarriló a Sean Connery hacia la etapa cumbre de su carrera en Cinco días, un verano, magnífica última película que dirigió, en 1982. Los actores le adoraban.
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