Dinero 'blando'
LA FUNDADA sospecha de que el Gobierno de China intentó el pasado año comprar a congresistas estadounidenses para que favorecieran un mejor trato comercial a Pekín reviste gravedad para una superpotencia como EE UU. Pero es aún más grave, y hasta cierto punto increíble, que el FBI informase de ello a funcionarios de la Casa Blanca -además de a los congresistas concernidos- sin que esa información llegara nunca al presidente Clinton. Peor aún cuando la persona encargada de transmitirla, en su calidad de consejero nacional de Seguridad, era Anthony Lake, designado ahora por Clinton para dirigir la CIA, si supera el intenso escrutinio al que ha comenzado a someterle el Senado.En el reino del lobby legal, los Gobiernos extranjeros también se acogen a esta modalidad para influir sobre la política de Washington con todo tipo de redes de penetración que, sin demasiada exageración, se han descrito en algunas novelas, como Sol Naciente, de Michael Crichton referida a Japón. Este último caso -en el que se desconoce aún si algún -dinero llegó o no a las arcas del Partido Demócrata o de otros congresistas- despierta recelos en EE UU, pero tanto hacia una China que se entromete en su vida política como hacia un Ejecutivo que se hace el despistado y que, evidentemente, no controla bien al FBI.
No es un caso aislado, sino una gota más que cae sobre el charco de la financiación del Partido Demócrata, cuyas salpicaduras han alcanzado también a la primera dama, Hillary Clinton, y a la gran esperanza de los demócratas para el 2000, el vicepresidente Al Gore. Se calcula que en 1996 los dos grandes partidos recaudaron cerca de 40.000 millones de pesetas en dinero llamado blando, aunque todo indica que los demócratas se han excedido en su celo recaudador.
La financiación de los partidos políticos es un problema que pocas democracias han resuelto. Ni EE UU, que bajo una plena libertad de financiación privada permite convocar cenas a tres millones de pesetas el cubierto o costosas pernoctaciones en la Casa Blanca; ni el Reino Unido, con un sistema de gran opacidad; ni, por supuesto, España, con una financiación formalmente pública. Clintón ha declarado su preferencia. por un acceso gratuito de los candidatos a la televisión privada en sus campanas, pues el pago de estos espacios encarece sobremanera la propaganda política. Las cadenas han reaccionado con una negativa rotunda. El Congreso se ha puesto a estudiar la cuestión, pero algunos senadores empiezan a plantear la posibilidad de una financiación pública de los partidos, lo que supondría un terremoto en la tradición de ese país. Estados Unidos, harto de sus propios escándalos, empieza a pensar en fórmulas parecidas a las nuestras, mientras nuestro propio hartazgo nos encamina hacia las suyas.
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