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Crítica:TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Adiós del espíritu

Las sillas ha sido durante mucho tiempo la obra considerada simbólica y maestra de Eugenio lonesco: quizá la popularidad y la facilidad de entendimiento de Rinoceronte la haya superado. En todos sus escritos, lonesco tiene a su alcance un hecho inmediato: si en La lección era el nazismo, o en Rinoceronte un totalitarismo de izquierda que iba apoderándose de los seres pensantes (lonesco, en razón del anticomunismo presente en un rumano exiliado del comunismo de su país, segregó ese pensamiento tan típico que es la negación de matices y la toma de posiciones contra toda izquierda que le pareciese colaboracionista; es decir, otro rinocerontismo), en Las sillas, señala su traductor y adaptador, Joaquín Hinojosa, el "mariscal" metido en su isla esperando la llegada del "emperador" podría ser el traidor Pétain confinado en la isla de Yeu. Da lo mismo: en su tiempo, y mucho más en el nuestro, lo que queda de este teatro es lo que se considera absurdo en una sociedad humana: la soledad, la noche, la isla, la materia (las sillas) que va ocupando el espacio. Y la espera de aquel o aquello que no llegará (o llegará sin sentido), que equivale a una gran decepción, a una gran ruptura de mitos espiritualistas en aquel momento (Esperando a Godot, de Becket, es prácticamente simultánea) que después se ha ido profundizando. En lonesco, aquel abandono del hombre rodeado de agua podrida por todas partes, aquella muerte de Dios, parece acogerse con una gran desesperación. Hoy se acepta como un principio de liberación.Miles de años de vida

Las sillas

De lonesco (1952). Traducción y adaptación de Joaquín Hinojosa. Intérpretes: Verónica Forqué, José Luis Gómez, Alberto Jiménez. Música de Joan Cerveró. Iluminación, escenografía y dirección: Carles Alfaro. Madrid, teatro de La Abadía.

No parece extraño que en la dirección de escena (Carles Alfaro) de esta obra los dos personajes están muertos antes de morir, polvorientos, como agrietados. Han vivido ya miles de años. La ciudad al fondo del jardín interior; "el jardín encantado que naufraga en la noche, en el lodo..."

Lo que incorporan los dos primeros actores con excelencia. En José Luis Gómez está el infantilismo de la ancianidad, la ilusión que contiene su propio fracaso, en gesto entre tonto y sabio, la voz metida en el texto; Verónica Forqué es "la chica", en el lenguaje de clásico del espectador, y mantiene el engaño al hombre, la ayuda en la boba ilusión, la juventud permanente, la entrada en el juego para no destrozar a su compañero. Los dos, después de la breve intervención de un buen mimo, que representa el autómata vacío del orador que se espera -en el original es un sordomudo que escribe en un encerado palabras incomprensibles-, se van a la muerte, cada uno por una ventana opuesta, sin siquiera acompañarse el uno al otro en esta última acción: sus gestos, sus parlamentos, están adheridos al texto. Y el público -hablo de un lleno en la tarde del sábado, sin invitados- les aplaude largamente.

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