Exceso de sectarismo
LA ECONOMÍA va bien, pero el clima social y político del país tiende a empeorar. Ningún balance sereno del año transcurrido desde las elecciones podría dejar de reconocer lo primero, pero la euforia del PP no debería llevarle a ignorar lo segundo. Los principales problemas políticos del momento -el terrorismo, el paro, la financiación autonómica, la moneda única- están exigiendo ampliar y no estrechar el acuerdo entre los dos grandes partidos de ámbito nacional, que en las últimas elecciones quedaron separados por 300.000 votos. Aznar invocó ayer en Ávila la necesidad de "unir esfuerzos y dialogar" como base de la "política centrista que reivindica; sin embargo, hay síntomas de que el Gobierno ha optado por lo contrario: por hacer del disenso -la búsqueda de enemigos- el eje de su política. A esto se refirió ayer el portavoz parlamentario de CiU cuando dijo que este Gobierno tiene capacidad para resolver problemas si no se distrae en guerras estériles.La economía crece de manera lenta pero equilibrada, lo que, además de una novedad, constituye una garantía de continuidad. Que sean las exportaciones el principal motor del crecimiento revela mejoras en la productividad, condición necesaria para una evolución favorable del empleo. Es cierto que los buenos resultar dos de 1996 se deben en parte a factores azarosos, como el excelente año agrícola, y, que la evolución favorable se inició con Solbes; pero la conducción de la política económica por parte del equipo de Rato ha sido prudente, y la situación es hoy mejor que hace un año.
Cabe preguntarse, entonces, por qué el Gobierno obtiene tan mala valoración en las encuestas y por qué, contra lo que sería previsible en esas condiciones, sus expectativas de voto, siguen siendo las mismas que el 3 de marzo de 1996, es decir, casi idénticas a las del PSOE: la diferencia fue entonces de 1,16 puntos, y es ahora, según el CIS, de 0,5 puntos. El hecho de que ello suponga una ligera mejora respecto a lo que decían los sondeos hace tres meses se ha atribuido a la agresividad (eufemismo para referirse a los modos autoritarios) desplegada por el PP últimamente. Algunos expertos han subrayado la contradicción entre esa explicación y el hecho de que los ministros mejor valorados sean aquellos que tienen una imagen menos agresiva: Mayor Oreja, Rato y Arenas; mientras que el peor valorado es Álvarez Cascos, símbolo de lo contrario. Pero, al margen de eso, sería terrible que gobernantes demócratas eligieran deliberadamente la bronca porque piensan que ello desgasta más a sus rivales que a ellos.
Con una buena situación económica y un partido socialista debilitado, Aznar estaba -y sigue estando- en situación óptima para comprometer al primer partido de la oposición en una política consensuada sobre los problemas más importantes: algo que no sólo sería coherente con los resultados electorales, sino que seguramente sería bien visto por la mayoría moderada del electorado. Ésa si sena una política centrista, y por eso resulta literalmente incomprensible que sea el Gobierno quien trate de deslegitimar a la oposición cortando cualquier posibilidad de acuerdo.
En materia de terrorismo, por ejemplo. Tras la detención de Urrusolo, Álvárez Cascos se, permitió decir que los éxitos de su Gobierno en ese terreno eran fruto de que los actuales gobernantes no se quedaban con los fondos reservados. ¿Qué le parecería a Cascos que los socialistas preguntasen a Mayor Oreja si la nueva ofensiva terrorista es consecuencia de que los actuales responsables vuelven a quedarse esos fondos? Lo mismo respecto a la financiación autonómica: sin mayoría absoluta y obligado a pactar con los nacionalistas, el Gobierno, tiene todo el interés en evitar una dinámica de agravios que dinamite el Estado autonómico. ¿Piensa Aznar que ello es posible a base de negar a los socialistas legitimidad para criticar al Gobierno en el Parlamento?
El portavoz Rodríguez declaró ayer su satisfacción porque el PP "ha cumplido ya el 60% de su programa". No será en materia de nombramientos -gestores independientes, criterios de profesionalidad- o de reducción de altos cargos; tampoco parece que haya cumplido el propósito de "reducción del intervencionismo público en la actividad económica", al menos en materia de comunicación: la mezcla de medidas liberalizadoras de la economía con otras de intervencionismo peronista tiene la dificultad de restar credibilidad a ambas cosas.
Por lo demás, las promesas de transparencia y las críticas al sectarismo socialista resultan casi sarcásticas a la luz, de la manipulación de los medios públicos por parte del actual Gobierno: el telediario de la semana pasada en la Primera sobre los resultados de la encuesta del CIS, en la que se presentaba como noticia mundial que Aznar casi alcanzaba a González y el PP superaba al PSOE en medio punto, fue inenarrable.
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