Nazi defauces sangrientas

Drácula es Hítler.O cualquier de los hítleres o francos, pasados y apuntando. Podía ser el autor de la Ley Debré, en Francia. Pero, en fin, el gran símbolo es Hitler, y aquí está: Drácula, desde su podio, o desde su féretro de ventanilla abierta, pronuncia su arenga: la voz es la de un disco rayado donde está grabado el propio Hitler, inconfundible. En Brasil tendrá sus identificaciones: aquí, también. Y en el infierno: todo se confunde. La Bestia y su señal, las llamaradas. La obra de Macunaíma se llama Drácula y otros vampiros y vampirinhas, también: las bonitas chicas en el arte teatral y la belleza.Mucha gente ha hecho su Drácula: entre ellos, Lindsay Kemp, y sin duda este gran creador que es Antunes Filho -asombró a Europa con sus primas apariciones- lo ha visto, como, claro, ha visto las obras de Kantor. De todo ello tiene algo. Es una época, una escuela. Kantor estaba más horrorizado por el nazismo porque mató a los suyos, y su teatro fue desde entonces el teatro de la muerte. En estos desfiles, en estas marchas militares, en estos tangos en lugar de los grandes valses austrohúngaros de Kantor, hay menos tragedia. La época, es, también, menos trágica: para algunos. No los olvida este creador cuando las que desfilan al final recuerdan con sus pancartas el nazismo de hoy contra los extranjeros, contra las otras razas.

Todo ello apasionó al público de la Sala Olimpia.