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El arte de la familia

Vicente Molina Foix

La gente en España lo dice así, aunque no se diga así, por eso vamos a usarla así. Una saga en su sentido estricto ni siquiera tiene por qué ser familiar; en la literatura islandesa medieval se designan con ese nombre las ficciones que reconstruyen hechos de base histórica con trazos legendarios, y si queremos ser sucintos y exactos, para eso está doña María Moliner, que nos define saga en su Diccionario como "composición poética de las contenidas en las Eddas". Pero nada, nosotros erre que erre con que si la saga de los Rabal, la saga de las Molina (me refiero, en este caso, a las actrices hijas del genio de la copla, Antonio), la saga de los Rivelles-Merlo-Larrañaga, los Guillén-Cuervo, los Porreta, los Goytisolo.Participé una vez en una escena embarazosa. Un grupo de escritores tomaba la merienda en casa de un amigo, y salió en la conversación, a raíz del patético caso humano de los descendientes de un célebre poeta de la generación del 27 muerto en la posguerra, un principio infalible, así lo llamó uno de los comensales: el despertar del genio no procrea más que mediocridades. De golpe, uno de los presentes, una mujer, se dirigió al resto de invitados con una sonrisa forzada: "Ya podéis empezar a disculparos...". Momento de estupor. Hasta que el anfitrión rompió el hielo caballerosamente: "No hay por qué. No me doy por aludido". Se trataba del hijo de otro gran poeta español del exilio, un hombre que, sin ser escritor ni artista, desmentía con su talento cultivado y su serena elegancia la supuesta infalibilidad de la norma.

La imagen de la hirsuta jauría de lobeznos descuartizando entre arañazos y aullidos bárbaros el legado del padre fundador de la estirpe -es decir, el Romance de lobos, cualquier romance de lobos aristocrático o artístico- es narrativamente poderosa, más que la opuesta, pero es éste un caso en el que la ley de la probabilidad vence al instinto literario. La historia del arte está en buena parte hecha con la arcilla de las familias, y aunque no seré yo quien se meta a esgrimir razones de consanguinidad, ahí están los nombres, unos pocos, selectos y al azar: los Bach, los Mozart, los Tiépolo, los Renoir, los Baroja, los Yeats, los Brontë. Hace algún tiempo dejé traslucir en público -y me alegro por ello, de desdecirme ahora públicamente- lo verde que me parecía como intérprete Javier Bardem, un joven de extraordinaria potencia física y no menos asombrosa falta de preparación artística. En España, país amigo de la milagrería y los súbitos reinos de un día, Bardem fue coronado de laureles cuando a mi juicio aún mostraba sólo atisbos de talento y una enojosa batería de limitaciones, entre ellas -aunque sea corriente entre nosotros- la más fatal para el actor, no saber hablar. Pues bien, en poco tiempo, en muy poco tiempo, algo que no sé cómo llamar produjo el milagro, y Bardem, que ha debido de trabajar duro, daba -en Éxtasis, en Boca a boca- dos interpretaciones memorables, muy distintas entre sí, llenas ya no sólo de irresistible fisicidad sino de sutileza, de cerebro cómico. Recuerdo que al salir de ver la excelente comedia de Gómez Pereira, recé una letanía: "Rafael Bardem, las hermanas Muñoz Sampedro, Luchy Soto, Juan Antonio y Pilar Bardem... Qué saga".

Más curioso genéticamente es el caso de las fraternidades artísticas del cine, según las cuales cada vez es más frecuente, al lado de los hijos que siguen a sus padres detrás de la cámara (Ophüls, Tourneur, Berlanga, De Sica, Cassavetes), la presencia de los hermanos directores trabajando a pares -los Paviani, los Coen, los Lumiére- o cada uno por su cuenta -los Kaurismaki, los Konchalovsky, los Trueba. Viendo, por cierto, esa deliciosa La buena vida de David, con su agridulce especia francesa, algo hacía pensar en las comedias americanas del hermano mayor: un parentesco y no un parecido.

Hasta tal punto es cierto e inexplicable el continuo linaje de las familias artísticas que he empezado a pensar que nuestro uso viciado, de la palabra saga tiene un sentido: tal vez ninguna verdad histórica avale su existencia, pero para eso está la leyenda, rectificando normas y diccionarios. El sueño de la familia produce artistas.

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