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Mujeres y poder político Asia

Emilio Menéndez del Valle

Mientras en Europa diversos partidos políticos -generalmente de izquierda, pero últimamente también alguno de la derecha- se esfuerzan por garantizar determinadas cuotas de poder a sus militantes femeninas, Asia vive la supuesta paradoja de dar lecciones de feminismo político al viejo continente. Por activa y por pasiva.Posiblemente haya que catalogar como excepcional y tal vez como paradójico el fenómeno de que en determinados países de Asia (el continente verdaderamente viejo del que tanto ha tenido que aprender Europa) las más altas magistraturas del Estado y del Gobierno estén o hayan recientemente estado ocupadas por mujeres. Singularidad y contraste por cuanto que se trata de comunidades en que -por razones culturales la mujer ha estado (y todavía lo está) social, económica y laboralmente supeditada, de forma generalizada, al hombre.

El feminismo político activo en el ámbito que comentamos goza hoy, por ejemplo, de especial predicamento en Bangladesh. Un país en el que viven (es un decir) 120 millones de personas que se apiñan y que apenas se alimentan en 144.000 kilómetros cuadrados. Un territorio que fuera originalmente Pakistán oriental y del que se escindió en 1971, con apoyo armado indio, a pesar de compartir la misma cultura musulmana.

Tras un cuarto de siglo de independencia, Bangladesh apenas ha conocido la paz política. Sin embargo, el pasado verano el país celebró una de las elecciones generales más pacíficas de su corta historia, habitualmente caracterizada de acontecimientos bélicos, golpes de Estado, dictaduras militares, hambrunas y espeluznantes inundaciones.

Dos mujeres fueron las protagonistas de la contienda electoral en la que votaron casi las tres cuartas partes del censo. Venció Hasina Wajed, hija del prócer de la independencia, jeque Mujibur Rajman. La derrotada fue Jalida Zia, elegida primera ministra en 1991 e hija de un general que se hizo con el poder de manera singular en 1975 y que murió singularmente asesinado en 1981.

Mil kilómetros al sur, frente a las costas indias, nos topamos con la isla-Estado de Sri Lanka, la antigua Ceilán, con 10 veces menos población que Bangladesh y de religión mayoritariamente budista.

Aquí dos mujeres, madre e hija, esta vez ambas en el mismo bando, gobiernan -con aceptación sociológica generalizada- los 66.000 kilómetros cuadrados de un insular Estado soberano.

Chandrika Bandaranaike Kumaratunga es la presidenta de la República y su madre, Sirimavo Bandaranaike, es la primera ministra. Con una nota sobresaliente; ya lo fue en 1960, en que gano las elecciones y se convirtió en la primera jefa de Gobierno del mundo, antes de que llegara a serlo en la vieja Europa la noruega Gro Harlem Brundtland.

Indira Ghandi, un símbolo

Las Bandaranaike juegan con ventaja. La relativa tradición liberal de Sri Lanka (que, no obstante, padece el duro separatismo tamil en el norte y en el este de la isla) ha librado a la población y a la política de la lamentable tradición de los dictadores militares, moneda corriente en Bangladesh y Pakistán. Lo cual no quiere decir que la violencia política esté ausente. Baste señalar que el padre y el marido de la presidenta Kumaratunga fueron víctimas de asesinatos políticos.

Símbolo para todas es Indira Gandhi, ejemplo notorio del arraigo de la mujer en las dinastías políticas -legendarias- del continente asiático. Indira sólo pudo ser apartada de la carrera electoral de la mayor democracia del mundo, la India, mediante el asesinato político.

En Pakistán, otra mujer, Benazir Bhutto, acaba de ser derrotada democráticamente en las elecciones del 3 de febrero. Sin embargo, Bhutto -de familia apasionadamente política y primera ministra hasta hace escasos meses- fue destituida por el presidente de la República en virtud de un abusivo instrumento que permite al jefe del Estado -designado indirectamente- apartar al primer ministro, elegido directamente.

Pero, atención al futuro mediato: la próxima mujer jefa de Gobierno puede ser la birmana Aung San Suu Kyi.

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