Síndrome de repetición
ES MUY humano que cuando las cosas le van mal a alguien intente repetir aquello que en el pasado le fue bien. La plana mayor del Gobierno ensaya ahora, desde la nostalgia, una vuelta a las trincheras: busca enemigos. No es seguro que eso les vaya a beneficiar, pero es muy probable que vaya a perjudicar la convivencia. En todo caso, se trata de una actitud irresponsable.El portavoz del Gobierno avanzó el viernes un nuevo paso en la escalada de la tensión. Aunque no haya pruebas, aseguró, "hay evidencias de que el PSOE, que tiene a gala defender a los débiles, ha favorecido a sus amigos poderosos, a los que ha perdonado por negligencia 200.000 millones". ¿Qué es eso de que sin pruebas pueda haber evidencias? Evidencia es, según el diccionario, la certeza manifiesta de una verdad "tan perceptible que nadie pueda dudar de ella". O hay evidencias de una amnistía fiscal selectiva, en cuyo caso ya tenían que haber presentado una denuncia por prevaricación, y requerido los testimonios de los numerosos funcionarios que habrían tenido que intervenir en el asunto, o no hay tal, sino, tal vez, un problema de negligencia administrativa, sin duda grave, cuya responsabilidad política, en su caso, ya fue dilucidada en las elecciones que apartaron a los socialistas del poder.
Ahora se añade que la prevaricación se ha producido a costa no ya sólo del sueldo de los funcionarios, como dijo Aznar, Sino de todos los ciudadanos, cada uno de los cuales perderá 5.000 pesetas. El Gobierno tendrá que probar tan gruesas afirmaciones en la comparecencia parlamentaria del miércoles. De momento, resulta revelador que, tras haber situado el asunto en el terreno más directamente político, elijan para defender su postura no al vicepresidente económico, como, sena lógico, sino a un técnico: el secretario de Estado de Hacienda. Si éste no logra probar las acusaciones se demostrará que el Gobierno ha mentido de manera irresponsable -los efectos para la moral del contribuyente están siendo arrasadores- y, sobre todo, que está formado por personas incompetentes: más obedientes a las presiones de ciertos demagogos que les animan a usar la cabeza para embestir que a su papel institucional.
El principal aliado del Gobierno, Jordi Pujol, ha la mentado públicamente que se haya "reinstalado la crispación" cuando nada lo justifica. Al revés: cuando hay motivos para pensar que el espacio de consenso entre los grandes partidos podría y debería ampliarse: podría, al calor de las buenas perspectivas económicas, y debe 'ría, con vistas a los problemas del acceso a la moneda común. Pero también para hacer frente a asuntos como el de la crisis vasca, que es gravísima y afecta al futuro de la democracia española en su conjunto; o el de la financiación de las comunidades territoriales, de cuya satisfactoria solución depende el asentamiento definitivo del sistema autonómico.
La debilidad del PSOE, forzado a curar sus heridas desde una oposición que no puede levantar mucho la: voz, favorece en principio políticas de acuerdo, y ello hace aún más inexplicable esta apuesta del PP por la bronca. Pero esa misma debilidad socialista explica que su propia reacción haya ido por el peor de los caminos, entrando al trapo de las descalificaciones mediante metáforas caninas (del dóberman al bozal) tan poco inteligentes como aquellas a las que respondían.
En todo caso, la primera responsabilidad en la recomposición de un clima menos tenso es del Gobierno. En su empeño en mantenerla, tanto Aznar como sus dos vicepresidentes, han transmitido la impresión de buscar una vuelta a los buenos viejos tiempos, cuando tan jaleados eran por los medios empeñados en la cruzada por cargarse a González. Sólo que ahora son ellos quienes están en el Gobierno, y a quien desgasta la bronca es, sobre todo, a quien tiene la obligación de evitarla o al menos de no provocarla.
La única explicación plausible de esta vuelta a las trincheras es que las encuestas les hayan asustado y alguien les haya vendido la especie de que con una estrategia más agresiva todo será como antes. Sin embargo, en política, todo intento forzado de repetir desde el poder una partida ya jugada transmite una impresión de debilidad; como si no estuvieran seguros de haberla ganado.
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