¿Ha vivido usted una EMU?
Fue una amiga mexicana, Susana González, quien me inició: Ciertos días, en determinadas condiciones de luz, ruido y humedad, algunos habitantes de ciudades imprevisibles como México pueden vivir -siempre y cuando estén abiertos de ojos y de piel y sean puros de corazón-, lo que ella y sus cofrades han denominado Experiencias Místicas Urbanas (EMU). Y en efecto: una vez se hubo convencido de que yo sólo iniciaría en esta mística a quien lo mereciera (como sin duda se merece usted si ha leído hasta aquí), Susana me llevó a un recorrido por la ciudad sin límites que ya hace parte de las travesías memorables de mi vida.Naturalmente nada más volver fui preso de la nostalgia, como sucede tras los grandes viajes, y un tiempo después caí en la novatada de querer importar la experiencia. Poseído de la pureza de los conversos, esperé a que anunciaran un día de sol gris como el que había guiado mi viaje por México, y cuando al fin apareció, me abstuve de cenar, desayuné un té amargo y a media mañana me arrojé a la calle, vaciado de prejuicios, a ver qué ocurría.
No ocurrió nada, como es natural, ni esa ni en las mañanas en que, con la severidad aguada, introduje- variaciones en la fórmula para ver si así se me desencadenaba el éxtasis, o al menos el contento de aquel viaje. Primero suprimí el azar y me fui en busca de las grietas, texturas, velados y demás logros plásticos que en México asaltan en una verdadera orgía de lo que sería arte abstracto de no ser porque innumerables personajes desbancan la plástica en favor del teatro. Escasa en Madrid la esperanza de personajes -hasta ahí no llegaba mi bisoñez-, quedaba la posibilidad de grietas, manchas, veladuras, colores apátridas que recompensaran la expedición.
Pero las grietas que aparecen en las novelas de Baroja, de Galdós y de Valle han sido taponadas por ese mármol bancario que los hoteles y los constructores venden como lujo, no sé si recuerdan. Algo parecido a los colores -y sobre todo los apátridas-, que cuando no se esconden bajo la vieja mugre, han sucumbido bajo el pastel internacional de las revistas de decoración.
Negra y casposa nostalgia, me dije, interesadamente pues no estaba dispuesto a renunciar a una EMU madrileña. Decidido a contemporizar, me hice con una colección de revistas de arte, secta y enigma, y también con el catálogo que ha diseñado el ayuntamiento para proponer una ruta por la Gran Arquitectura Nueva Madrileña...
En esas ocasiones es cuando uno descubre cuánto, cuánto tiempo ha perdido en necedades y qué oportunidades de aprender dejó pasar a su lado: pese a ir empollado y armado de adjetivos tajantes y metafísicos -para según qué caso-, salvo en el museo Thyssen de Rafael Moneo no conseguí ni ver el encanto ni desentrañar el enigma (ni veía el enigma), de lo que se supone es una especie de renacimiento florentino, sólo que no en la plaza de la Señoría sino en Azca. Será cierto puesto que lo dicen los expertos, pero les aseguro que, a diferencia de otras artes, para apreciarlo hay que saber tanto como ellos.Aparcada pues la ignorancia, como obstáculo a corto plazo, pensé que quizá la mística estaba en la vía rápida: el escándalo. Bastaba con leer el periódico. En un viaje casi bélico, recorrí como pude Valdemingómez, el tenebroso desfiladero de la M-30, los nuevos barrios trazados con el Ángulo Recto de Oro y donde se supone van a vivir seres humanos, fui al antiguo barrio americano de la Moraleja y terminé en Aravaca, o de cómo a finales del siglo XX es aún posible cargarse urbanizaciones dignas de ese nombre en favor de tres o cuatro cuentas corrientes. Si hubo experiencia mística, fue la desolación.
Desolado pues, se me ocurre que quizá la EMU posible aquí y ahora sea la de la goma de borrar. No es practicable, y ese es un grave inconveniente, pero si uno cierra los ojos y comienza a suprimir ciertas barracas de esta feria, no sé si EMU pero cierto cosquilleo sí que le alegra el corazón. Ya lo decía el místico Saint-Exupéry: La perfección no está en la suma. Está en la resta.
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