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París se reafirma como capital de la moda

Los primeros desfiles de la temporada superan el interés de años anteriores

La maniobra de seducción organizada por París para conservar su capitalidad respecto a la moda parece haber dado resultado. Los desfiles de Dior, Givenchy, Gaultier o Mugler, con sus cuatro nuevos modistas, han despertado un interés muy superior al de las temporadas anteriores, cuando la prensa norteamericana ya se desentendía incluso de las dos colecciones anuales presentadas por los creadores de alta costura. Este año han roto el hielo la floreada propuesta de Nina Ricci, de la mano de su estilista George Pipart; Glanni Versace y su idea salva e y libertina de Andalucía; Lapidus, que se ha inventado la ropa bio, y Torrente, que ha descubierto una querencia por lo tahitiano.

Mientras se espera que John Galliano resucite para Dior el célebre new look en clave romántica -"mi colección será romántica y muy femenina, para mujeres que son dueñas de su destino", dice este británico que viste traje príncipe de Gales con pañuelo pirata en la cabeza- y que Alexander McQueen se comporte como un hooligan de la belleza, Versace sigue prefiriéndola sexualidad explícita a la sensualidad. Sus ropas están pensadas para un público joven y en perfecta consonancia con las que luego declina en sus colecciones de prét á porter. No es extraño que su modelo emblemática sea Naomi Campbell, ni tampoco que entre el público estuviesen el músico Elton John y el coreógrafo- Maurice Béjart, pues ambos han creado, con figurines del modisto italiano, un ballet estrenado el día antes en París.La sangre nueva aportada por los jóvenes parece que se completará en un futuro próximo con la irrupción en el mundo de la alta costura de Viviane Westwood, Claude Montana, Jean Charles de Castelbajac o Azzedine Alaia. No se trata tan sólo de espíritus menos conservadores, de gente en mejor sintonía con la época, sino también de profesionales consagrados en el terreno del prét á porter, que pueden modernizar la alta costura rebajando costes, industrializándola.

Un escalón intermedio

Thierry Mugler, por ejemplo' presentará un traje de sirena en látex sacado de una sex shop especializada en productos para sadomasoquistas y retrabajado en sus talleres. De alguna manera, lo que parece que se quiere es que los Gaultier, Mugler, Alaia, etc., pongan en crisis la dimensión artesana de la alta costura o que permitan que ésta sea compatible con producción en pequeñas series y susceptible de ser personalizada -"hecha a medida"- con sólo dos sesiones de pruebas, en vez del ritual de las diez visitas al taller del modisto.La maniobra tiene como objetivo último destilar el prestigio de la alta costura, así como los miles de páginas que obtienen gratuitamente cada año en los mejores periódicos o magazines, sobre un grupo de creadores que estarán a medio camino entre la ya citada alta costura y el mucho más rentable prét á porter. En esa operación, Galliano y McQueen son la punta de lanza pura. El año pasado, mientras estuvo en Givenchy, Galliano tan sólo vendió cinco trajes de las dos colecciones de más de cincuenta vestidos cada una, que presentó. A Bernard, Arnoult, presidente de un grupo que reúne Dior, Givenchy y Lacroix, este desastre comercial no le preocupó lo más mínimo, sino que fuerza aún más la mano al convertir las marcas más clásicas en auténticos laboratorios de la provocación.

En cualquier caso, como prueba de la curiosidad que han despertado todos estos cambios y esta manera de gestionar un prestigio como patrimonio, ayer de nuevo se' veía en los salones parisinos a los representantes de grandes tiendas de los EE UU. Para Paco Rabanne no cabía la menor duda: "Este año París sorprenderá. Hace mucho tiempo que no había notado esta pasión dentro del sector. El mundo entero va a quedar alucinado. Aquí no hay lugar para lo políticamente correcto, porque entonces perdemos seguro. Hay que aprovechar .esta última oportunidad".

Para corroborar la validez de todo este análisis, el desfile de Nina Ricci en el Gran Hotel se hizo con una manifestación de costureras especializadas en la puerta del edificio. Estas profesionales, que eran más de 20.000 antes de la segunda guerra mundial, son hoy tan sólo 684, es decir, aún un 35% menos que seis anos atrás. Su saber hacer artesano está condenado a convertirse en residual, en testimonio de unos ritos sociales que se pusieron en marcha con Napoleón III y a los que hoy sólo pueden acceder los príncipes petroleros. Las princesas Soraya y Alexandra de Yugoslavia estuvieron en los salones para ratificar esta idea.

En el caso de Torrente, sus pareos tahitianos, de lamé en algunas de las creaciones, fueron el soporte para dar realce a la diversificación de la marca en el terreno de la joyería. Polinésicas perlas negras completaban la mayor parte de los conjuntos. La ex primer ministro Edith Cresson y la actriz Marisa Berenson actuaron como clientes fieles.

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