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El viaje múltiple de Manuel Machado

El cincuentenario de la muerte del poeta reaviva el interés por su figura

Andrés Trapiello

Hace algunos años, Bergamín razonaba a unos amigos la desdicha de vivir, y sufrir, en un país, España, desgarrado o desgajado de Portugal; España, con toda esta odiosa alegría, y Portugal, lleno de melancólicas saudades, sin que ninguno de estos dos países, por otra parte, explicaba Bergamín, fuese contrario, ni más grande, ni más importante que el otro, sino únicamente complementario. Aceptadas así, como partes de una misma península, se entenderá mucho mejor la obra de Antonio y de Manuel Machado, tierras de idéntico destino, con una frontera común, en la vida y en la poesía siendo tan diferentes ambos, más no opuestos.Siempre dijo Antonio, cuando, no tenía por qué elogiarle, que algunos de los mejores sonetos de la lengua castellana los había escrito su hermano, de la misma manera que éste supo y sostuvo hasta el final que el más grande, no sólo de ellos dos, había sido Antonio. Alguien como Unamuno, antípoda de Manuel, desicubrió la hondura de éste, su silencio, en esa musiquilla mora y modernista que tanto le desagradaba, y hubo también quien, extremando el símil taurino, creyó ver en el sevillano un magnífico banderillero de la cuadrilla de Rubén, torero nicaragüense. Todo pudiera ser. Nunca, como también creyeron otros, que Manuel no pasaba de ser las sonajas de una pandereta, naturalmente española.

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Partió Manuel, como partió Antonio, de la poesía del pueblo andaluz, mucha de la cual había recogido su padre, Antonio Machado y Álvarez, Demófilo, en un trabajo folclorista ejemplar. Y en Manuel se encuentra desde el principio ese sentido de lo hondo, a de lo jondo, que es, como se sabe, el doble fondo que traen de contrabando los sentimientos más puros e inexpresables, y así lo descubrimos en lo mejor de sus poemas, sarmientos de esa cepa común.Pero fue Manuel Machado no sólo eso. Poeta mucho más irregular y limitado que Antonio, desde luego, pero más popular en un tiempo, aunque menos tocado tal vez de aquel no sé qué del que se nos habla en el Cántico espiritual, estuvo señalado, y de muy cerca, con el don de la insinuación, de la gracia, de la elegancia y, desde luego, de la música, una música que a veces suena en sus poemas de dentro afuera, intraducible como la manzanilla de El Puerto, y no al revés, de afuera hacia afuera. Es el poeta, sobre todo, que escribió El mal poema, titulado con ese dandismo nuevo que aquí no se conocía. Pero no sólo los poemas de ese libro. Ahí están los retratos de Apolo o los, mejores poemas de Alma, museo de los cantares."Algo que es gracia, ligereza, tono, aroma, gesto, todo sobrio y exacto", dijo de él Onís en su prodigiosa antología. De Manuel Machado lo mejor es siempre de Manuel Machado, y no hay que buscar en él lo que no hay. Bastó ser lo que fue para tener la poesía española siempre una pequeña deuda con él. Se engañarían, pues, quienes creyeran a Manuel un hombre superficial, sin considerar que,a veces, lo más hondo sucede en la corteza de las cosas. Por otro lado, ¿cómo habría podido serlo quien fue el inseparable de Antonio, en el trabajo y en la vida, hasta el último día en que se vieron, la víspera de la guerra?

Ese fue, sin, duda, su drama principal, el de todos los Machado. Sorprendido. azarosamenté en Burgos por la sublevación, conocio en esa ciudad la cárcel, el miedo, las privaciones y, 16 más doloroso, la noticia de la muerte de Antonio, y luego aquel viaje hasta Colliure, en la alucinación del dolor, y la posterior dispersión de una familia que lo había sido todo en quienes no habían tenido más que eso, la piña de una familia. En tres años cambió Manuel, se hizo un hombre religioso y del nuevo régimen, escribió de. ambos asuntos, por gusto, convicción o forzado, poemas no siempre deleznables, como se quiso creer, y jamás volvió a ser el que había sido, pese a que fue tratado en la España de la posguerra, con respeto, si acaso lo fue alguien entonces. Podía sentirse feliz, y los escritores falangistas lo adoraban, contentos de que al menos uno de los grandes se hubiese quedado a su lado o no se hubiese muerto, pero todo eso era insuficiente. Hay testimonios de que para entonces era un hombre más o menos taciturno, sin dejar de tararear por lo bajo esas tonás de su juventud, que gustaban tanto a todos los de la casa.

Fue entonces cuando escribió uno de los poemas más hondos suyos, dedicado precisamente a la muerte de su hermano, en unos tiempos en los que sólo podían hablar de él en público quienes llevaban la camisa azul. Es casi un poema del otro, dictado con tembloroso pulso desde la muerte, adonde iba.

Al morir conoció el purgatorio que sólo pasa lo que está vivo. Se le hicieron toda clase de reproches, algunos ridículos e injustos, como el de haberse pasado con armasy bagajes al fascismo. Quien hizo circular una especie como ésa desconocía que nada de cuanto sufre puede ser jamás fascista. No obstante, hasta los años ochenta eran muchos todavía los que le citaban' en voz baja y haciendo salvedades para evitar equívocos.

Fueron los jóvenes, como ,ocurre a menudo, arropados en Ferrater en Gil de Biedna, en Borges, quienes volvieron a él sin tanto miramiento. Buscaban en sus versos la gracia que no tenía la poesía-potaje de los setenta, en su versión socioproletaria o en su versión purpuroveneciana-, el guiño, esa tristeza de sus versos, sin perder la sonrisa, y una desesperación poco desesperada, como si a Nietzsche lo hubiesen bautizado, con agua del Guadalquivir.

Es cierto que algunos, alarmados, creyeron que era un golpe de Estado para poner a Manuel donde estaba Antonio, sin comprender que eso era imposible, que se hablaba de países diferentes de la misma península.

Y así llegamos a hoy, cincuenta años después de una muerte que Manuel Machado ni desea ba ni temía, pero que al fin pudo reunirle con aquel a quien más había ama do en su vida, gastada la suya como mejor supo y como le dejaron.

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