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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Para evitar lo peor

QUE LA situación actual del País Vasco sea gravísima no significa que no pueda empeorar. Por ejemplo, si los cada vez más numerosos ciudadanos hartos de la impunidad de quienes les atacan, queman el coche, rompen los cristales o extorsionan bajo amenaza de muerte decidieran tomarse la justicia por su mano. Que tal perspectiva sea temible no la convierte en inverosímil. Incluso puede convertirse en probable si la única respuesta que las autoridades ofrecen a las justificadas exigencias de los ciudadanos de mayor eficacia es la de acusarles de quinta columnistas: de hacer el juego a los que quieren desprestigiar a la Ertzaintza.Exigir que la policía vasca actúe como actuaría cualquier policía del mundo en similares circunstancias no es desprestigiarla, sino defenderla frente a quienes, con ETA a la cabeza, quisieran que no fuera una policía, sino otra cosa: un cuerpo que sólo actúa en relación con ciertos delitos (o, mejor, ciertos delincuentes), absteniéndose ante otros. También es falso que criticar a la Ertzaintza signifique pedir que el orden público vuelva a ser competencia exclusiva del Cuerpo Nacional de Policía y la Guardia Civil. Pero si se quiere evitar que muchos vascos piensen que es inevitable que tal cosa ocurra, las autoridades vascas deben ofrecer otra respuesta que las insustancialidades oídas estos días.

Primero de todo, reconocer que el problema existe. El enraizamiento de la Ertzaintza en la población se consideró una ventaja decisiva a la hora de combatir a ETA. Ése fue uno de los argumentos para exigir plenas competencias en materia antiterrorista, frente a las resistencias del poder central. El argumento sigue siendo válido en términos generales, pero es necesario reconocer que ese mismo enraizamiento hace a los policías vascos más vulnerables a las provocaciones y agresiones del mundo violento. Especialmente en la represión de la violencia callejera porque "sabemos dónde'vives", como les amenazan. A ello se une que muchos agentes han interiorizado una idea de policía vasca incompatible con la represión de personas a las que consideran -ellos o sus jefes- patriotas equivocados, pero patriotas: sangre de nuestra sangre.

Que la cosa no sólo es cuestión del color del uniforme lo demuestra la situación de Navarra. Los datos facilitados ayer por el consejero de Interior del Gobierno vasco, Juan María Atutxa, así parecen indicarlo. La presencia del Cuerpo Nacional de Policía no ha impedido que turbas juveniles instruidas por seniors experimentados intenten convertir Pamplona en Belfast. Pero al menos en Navarra los detienen; y los dirigentes políticos locales no crean confusión diciendo, por una parte, que las actitudes del tinglado ETA-KAS-HB "son de un fascismo de libro", y por otra, que la pacificación exige "flexibilidad por ambas partes". Es preciso que los políticos se aclaren para que lo hagan los policías autonómicos. Porque no se trata de cuestionar a la Ertzaintza, sino de convertirla en una policía de verdad, en un entorno democrático. Si eso no ocurre, cada cual buscará defenderse por sus medios y Euskadi será el Ulster.

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