Visionario
Hace poco se quejaba Antonio Muñoz Molina de que "los periódicos dediquen tanto espacio a recoger declaraciones de gente que no tiene nada interesante que decir, políticos y artistas, sobre todo", mientras que apenas se ocupan de los sabios y científicos, cuyas declaraciones y formas de vida son todo un maná en estos tiempos de frivolidad, confusión y precariedad. No es de extrañar, pues, que, a raíz de la muerte del gran Mastroianni, nos anegaran con los relatos de sus venturas y desventuras más frusleras, hasta agotarlo como tema y sembrarnos la duda de si fue verdad tanto lamento y tanto incienso de altar mayor.En cambio, de la muerte de uno de los hombres realmente indispensables de este siglo, Carl Sagan, apenas nos dijeron algo. Los que a comienzos de los ochenta vimos y/o leímos la serie Cosmos con regocijo y deslumbramiento crecientes nos quedamos esperando los grandes reportajes sobre su vida, su obra y su muerte. Uno abría los periódicos y revistas con el anhelo apremiante de que un buen reportaje o artículo sobre este ser prodigioso nos aliviara en parte el desastre de su pérdida irreparable. Porque Sagan no fue sólo un gran científico y un amenísimo divulgador, sino un visionario que, en la más saludable perspectiva cósmica, supo señalarle pautas de salvación a esta civilización de humanoides que ha cometido la colosal torpeza de colocar sobre su cabeza el átomo de Damocles.
Cuando murió Jorge Luis Borges, Margarite Yourcenar dijo con toda razón que "el mundo sin Borges es más pobre". La verdad es que uno siente que el mundo es todavía más pobre sin hombres como Carl Sagan, el científico-poeta que nos mostró el contenido positivo de este verso asombroso de Whitman: "Un tallo de hierba es el jornal de las estrellas", y que fue capaz de resumir toda su ciencia y su altruismo en tres frases: "En la perspectiva cósmica cada uno de nosotros es precioso. Si alguien está en desacuerdo contigo, déjalo vivir. No encontrarás a nadie tan parecido en cien mil millones de galaxias".-
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