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Tribuna
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La galaxia de las palabras

Hace ya algún tiempo, se me ocurrió decir que los poetas eran escudos humanos del lenguaje. Sigo creyéndolo. Pero sería pecar de injusto si no incluyera en este servicio, por cierto a veces bastante duro, a los filólogos de buena estirpe. En el caso de la lengua catalana, mi lengua, ante todos, Joan Coromines.También he escrito en alguna parte que un poeta debe salir de caza y que este salir de caza tiene dos grandes apartados; la caza mayor, que se produce en eso que llamamos la vida, y la caza sutil, que tiene como campo de trabajo la lengua, los diccionarios. Para un poeta catalán, la magna obra del diccionario de Joan Coromines es la maravilla de las maravillas; no un mundo, sino todo un sistema planetario, una galaxia. Saber el sentido de las palabras remontándose a su origen, conocer su historia, saber cuándo aparece por primera vez un término y en qué contexto, perderse por sus derivados, por sus compuestos, asistir a pequeñas narraciones personales o familiares donde un término raro se fija, leerlo en textos de autores, sonreír ante ataques furiosos a grandes filólogos o eruditos, etcétera, todo eso proporciona un rato de dedicación a la lectura del diccionario etimológico de Joan Coromines. Una lectura que pondría obligatoria en una supuesta, y naturalmente siempre utópica, escuela de poetas.

¿Qué hemos hecho los catalanes para merecer esto? Por desgracia, nada. Parece que sea nuestro destino: sacar pan de las piedras. De una literatura nada articulada, nace el milagro de Carner. En una arquitectura apenas sin tradición, se alza el genio de Gaudí. En una cultura musical basada sólo en las mejores intenciones, aparece un intérprete como Pau Casals. Y ahora Joan Coromines, que es, me resisto al uso del pasado, a la vez milagro creativo, genio constructivo, intérprete extraordinario y apasionado.

Joan Coromines no ha sido sólo un notario de una lengua, sino en cierto modo un conductor. Su especial sentido por captar lo genuino ha hecho de él un verdadero maestro. Coromines ha sabido recuperar la gran comente profunda de la lengua catalana moderna, la que nace en Verdaguer, pasa por Sagarra y va a morir en Pla. Y aunque admire y respete ciertas fantasías noucentistes de buena ley, como las de Carner, su apuesta, creo, va por el otro lado. Por el lado de la riqueza, de la vitalidad, de la cotidianidad. Todas estas cosas, obviamente, no las dice un diccionario, y acaso sean sólo lucubraciones de poeta. Pero creo que ésta es la lección profunda de la obra de Coromines. Y por eso es tan apasionante su consulta. El diccionario es una obra viva, que toma partido, que se queja, que ataca, que insulta y que, ante todo, ama profundamente el objeto de su estudio: la lengua catalana.

En estos momentos de confusión política sobre el tema de la lengua, en que tanto se discute sobre lo que es una lengua propia o una lengua también propia, una lengua materna o una lengua territorial, en estos momentos de duda metódica, miedosa o interesada, la obra de Joan Coromines se alza como un ser viviente rico, fértil y lleno de coraje, y se atreve a proclamar con los hechos lo que muchos callamos demasiado: sólo el catalán es la lengua propia de Cataluña, sólo el catalán es la lengua territorial de Cataluña. Siendo el castellano la lengua propia de muchos catalanes, no por ello es la lengua propia del país, aquélla que lo ha configurado, y para darse cuenta de ello sólo es necesario abrir el coromines. Y aunque sea la lengua oficial del Estado, no por ello es una lengua territorial en Cataluña, porque no ha sabido nunca autodefinirse con particularidades propias. De momento es sólo propia para algunos y, para todos, una koiné comercial, de los comercios que sea, incluidos los carnales.

Lo cual no quiere decir que los que escribimos en catalán no queramos usarlo. Yo mismo lo estoy haciendo ahora y Coromines hizo mucho más dedicando a la lengua castellana un diccionario etimológico único en su rigor y amplitud. A los catalanes que escribimos en catalán, porque sabemos cuál es la lengua propia y territorial de Cataluña, no nos ocurre nada por usar la lengua castellana.

Igual debería ser para los catalanes que creen que la lengua propia de Cataluña es también otra y en ella escriben. El diccionario catalán de Coromines debería estar en todas las bibliotecas de los catalanes que escriben en castellano; quizá así, con el tiempo y con su asidua frecuentación, lograrían crear un castellano que fuera por sus particularidades, muchas de ellas provenientes del catalán, una lengua original, rica y creativa, y, entonces, realmente territorial de Cataluña.

Joan Coromines, sin apenas hablar, con sus obras, con su dedicación constante y casi eremítica a su labor, siempre alejado de la palabrería estéril, será para todos, catalanes de la lengua que sea -catalana, castellana, árabe, suajili o japonesa-, un ejemplo, una inmensa riqueza y otro de esos grandes regalos inmerecidos.

Narcís Comadira es escritor.

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