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Barómetro

Enrique Gil Calvo

El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), en tanto que instituto demoscópico dependiente del Gobierno, ha vuelto a publicar los resultados de una encuesta (su barómetro de noviembre) que, como sucedió con la anterior (cuando reveló la importante caída de las expectativas electorales del Partido Popular), quizá dé mucho que hablar, aunque no sea tanto como para que su directora, Pilar del Castillo, vuelva a despertar las iras nada académicas de Luis María Anson, recibiendo, al igual que en- aquella ocasión, una inmerecida reprimenda en las páginas del diario gubernamental.Y el caso es que hay una cierta justicia poética en el asunto. Como se recordará, el CIS decidió dejar de incluir las preguntas de intención de voto en sus sondeos mensuales, reduciéndolas a los trimestrales. Esta medida fue criticada por los profesionales del ramo, ya que se objetó que así se quebraba la continuidad histórica de la serie. Y se sospechó con alguna malicia que todo se debía a directrices dimanadas de la vicepresidencia política, quizá encauzadas a través de la oficina del portavoz del Gobierno, que pretendía evitar la publicación de unos resultados que se temían negativos para la imagen del partido en el poder. Naturalmente, Pilar del Castillo tuvo que negarlo (noblesse oblige), asumiendo toda la responsabilidad profesional.

Pero hete aquí que, desde entonces, los resultados de los barómetros posteriores están desvelando de todas maneras el juicio que la nueva clase política merece a la ciudadanía. En octubre se conoció que González y el PSOE superan claramente a Aznar y el PP. Y en noviembre se descubre que dos tercios de los encuestados se consideran poco o mal representados por el Parlamento actual, dominado desde el 3M por la mayoría relativa del Partido Popular. Además, la mitad de los entrevistados están insatisfechos del funcionamiento de las Cámaras, a las que consideran sólo atentas a falsos problemas en detrimento de lo fundamental. Surge así de nuevo el divorcio insalvable entre la España oficial y la real, a pesar de todas las promesas de regeneración contenidas en el programa del Partido Popular. Y queda un cierto sabor a balance de fin de año, por el que los electores le ajustan las cuentas a unos políticos insoportables a los que lamentan haber votado.

Ante todo esto, cabe la tentación de culpar al mensajero, atribuyendo al CIS la ingenuidad de unas preguntas destinadas a reavivar los perjuicios que alberga la ciudadanía contra todos los políticos. Y también cabe leer este barómetro en un sentido exclusivamente antigubernamental, como hará la oposición culpando a los populares por su pérdida de representatividad. Pero las cosas son mucho más graves que todo eso. Hay que recordar que es toda la clase política, oposición incluida, la que está bajo sospecha y puesta en tela de juicio. Pues la clave reside no en el Parlamento mismo (aunque nuestro sistema sea excesivamente presidencialista, perdiendo el Congreso casi todo su poder en cuanto vota la investidura del Gobierno), sino en los partidos políticos: la institución vertebradora de la democracia que hoy atraviesa por uno de sus momentos más críticos. Y no sólo aquí, en España, pues toda Europa está. sometida a la misma erosión partitocrática del régimen parlamentario. Véase, sino, el excelente libro de un politólogo alemán, Klaus Von Beyrne: La clase política en el Estado de partidos (Alianza Universidad, 1995).

Pues bien, entre nosotros, una de nuestras mejores expertas en el análisis del sistema de partidos es precisamente Pilar del Castillo, catedrática de Ciencias Políticas en la UNED antes de aceptar la presidencia del CIS. De ahí la pertinencia de su último barómetro, pues parece urgente reformar nuestro régimen parlamentario, hoy secuestrado por la cúpula de los partidos. Y la clave de la reforma reside en una cuestión crucial, objeto de los mejores análisis de Pilar del Castillo: la financiación de los partidos, cuyo carácter predominantemente público precisa ser objeto de una profunda desamortización.

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