Euforia infundada
ÉSTE ES el momento de preguntarse si la euforia de los mercados financieros obedece a fundamentos económicos reales, mensurables en términos de buen comportamiento de las macromagnitudes económicas, o si, por el contrario, responde a una apuesta política que se considera ganada. Se puede precisar más: cuando la Bolsa supera el índice 420, después de subir 100 puntos en un año, y el mercado de deuda reduce la prima de riesgo, ¿están valorando el aumento de la estabilidad económica española o, dejando a un lado cualquier otra consideración, apuestan por una convergencia de tipos de interés simplemente por la probabilidad de que España forme parte de la UEM, con independencia de que la tan proclamada estabilidad se revele después pura ficción?La respuesta a esta cuestión marca la diferencia entre un optimismo artificial, generado por una coyuntura política específica -los deseos de Helmut Kohl de que la UEM sea un éxito-, y lo que se entiende como ajuste estable de la economía. Pocos economistas dudan de que la definición correcta se aproxima al optimismo artificial y que estamos ante una burbuja financiera. El gobernador del Banco de España, Luis Angel Rojo, es el primero y más significado de los escépticos, como lo prueban sus advertencias en el Congreso de los Diputados: "Cualquier razón que ponga en cuestión los plazos de la unión monetaria o los criterios de convergencia puede dar lugar a saltos en las expectativas de los mercados". El mensaje es muy claro para quien lo quiera oír.
Es moneda corriente la confusión interesada que consiste en identificar la mejora de las condiciones económicas con lo que realmente debe definirse como "estabilidad económica". La situación precisa de la economía española hoy es que ha mejorado la inflación, probablemente ayudada por el estancamiento del consumo, y que el déficit público parece adecuarse a los requisitos del Tratado de Maastricht. La evolución de estas dos magnitudes ha procurado una disminución de los tipos de interés; pero aquí se acaba el memorial de excelencias. Incluso esta concesión es excesiva, porque queda por ver si en 1997, un año en el que el Gobierno no podrá gastar dinero con cargo al ejercicio de 1995 -como sucede en 1996 por importe de 700.000 millones-, puede sostenerse el objetivo de déficit.
Frente a la evolución favorable de las magnitudes de estabilidad, los factores de mejora real de la economía para toda la población, que son el crecimiento y el empleo, muestran síntomas de estancamiento. Basta un análisis gomero de las cifras de Contabilidad Nacional del tercer trimestre para comprobar que la inversión se desmorona, el consumo no arranca y no se aprecian síntomas claros de reactivación. Por ninguna parte asoma el optimismo que defiende el equipo económico; incluso un informe tan ecléctico como el de la OCDE apunta un crecimiento para 1997 inferior al 3%, que, de cumplirse, significaría un obstáculo para la recaudación fiscal prevista y, por tanto, para el ajuste presupuestario.
El optimismo económico jaleado alegremente por el Gobierno no solamente está poco justificado, sino que se apunta a la peligrosa escisión entre economía de estabilidad y economía social. El Gobierno y sus economistas satélites llevan camino de institucionalizar la falacia de que la mejora de la economía es simplemente una aproximación a las exigencias de estabilidad (inflación y déficit); la mejora del empleo sería, en esa concepción, un factor irrelevante. En esta escisión se demuestra hasta qué punto el equipo económico quiere parecerse al modelo estadounidense, en el cual el aumento de los puestos de trabajo es tan sólo un mal augurio, en cuanto que adelanta el riesgo de una subida de los tipos de interés.
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