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Tribuna:
Tribuna
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¡Que inventen ellos!

Con sello donde luce y azulea el retrato de José Martí, llegan a mis manos los dos primeros números de Carta de Cuba, enviados por un amigo, Carlos Franqui, hombre libre, pudoroso y honrado, además de cubano cabal. Carta de Cuba no es un intercambio psicodramático de corbatas, aunque tampoco aquellos panfletos en' los que las sentidas contramonsergas avalaban la idea asimilable de que los regímenes fenecen o cuando menos se desmoralizan, en plan Gila, con llamárselo tú al que a ti te lo llama; contiene noticias, crónicas y colaboraciones de los periodistas independientes que permanecen en Cuba, mezcladas con las de: otros que viven en el exilio. Dibujada y escrita a su aire, esta nueva publicación cuenta con secciones tan exóticas, al par que por allí tan obvias, como la titulada Cartas desde la cárcel.Pero, ya a pocas horas del, melodrama navideño espumoso, sería imperdonable que yo aquí me adentrara, para aguar le la zambomba al lector, en la cómoda sauna del sufrimiento reflejo, donde tanta competencia se da. Quiero resaltar, pues, lo que de verdad distingue y salva a Carta de Cuba de muchísimas cosas: su sentido del humor. Éste, más, mulato que blanco o negro, es ejercido desde todos los ángulos, por activa y por pasiva, contribuyendo variedad tal a que el lector acceda al ácido regocijo porque es pillado siempre por sorpresa. Referiré unos cuantos y selectos ejemplos, antes de que en Sanlúcar de Barrameda la inundación alcance a los muy inspirados bailones del mejor bar bailable (años 60 y muchos) de la larga noche sureña, El Guateque, donde Gelu y Las Grecas siguen haciendo estragos acelerados y armoniosos.

Por lo pronto, sabemos que el ministro de Cultura de Cuba, Armando Hart, es el autor de esta máxima delicada: "Una silla es más importante que un poeta". Y se nos recuerda que, en marzo de 1954, un preso reflexionaba por escrito desde su celda en Isla de Pinos: "Las proclamas y las arengas de Napoleón son verdaderas obras de arte. ¡Qué bien conocía a los franceses! En cada frase va tocándole una por una las fibras más sensibles". Y, en llegando abril de aquel mismo año, el presidiario anota: "Me voy a cenar: espaguetis con calamares, bombones italianos de postre, café acabadito de colar y después un H Upman 4. ¿No me envidias? Me cuidan, me cuidan un poquito entre todos... ¡Me van a hacer creer que estoy de vacaciones! ¿Qué diría Carlos Marx de semejantes revolucionarios?" ¿Y quién dirían ustedes que es el autor de estas dos citas? ¡Tatatachín! Eso es, Fidel Castro, confidente epistolar de Nati Revueltas, según figura en el Archivo de Asuntos Históricos.

Descendiendo a la calle y abordando el presente, Jacinto Jiménez elabora un artículo (El cubano, bicho creativo) donde se nos explica cómo los ciudadanos concienzudos hallan remedios para las carencias. Así, cuando falta la plancha y escasea la energía eléctrica, las muchachas cubanas se las ingenian para plisar sus faldas metiéndolas en la olla a presión. Los recambios de coches, inexistentes, se suplen con curiosos sucedáneos. Y obra de arte es, más que los discursos de Napoleón, ver remendando el filtro de la bomba con aquellas redecillas del pelo que algunos conservaban como recuerdo cursi y entrañable de la abuelita. Para el tramo del conducto de gasolina, nada mejor que un trozo de goma, destinado en principió a lavados rectales.

Para elaborar ron, serpentines clandestinos van surgiendo en las casas. Cuando la levadura es quimera, parece ser que la fermentación se obtiene con vulgar excremento humano, "siempre que sea caca de niño chico". Las antenas parabólicas no son sólo ilegales, sino de fantasía desbordante. Con una lata dé aceite vacía y cuatro cacharros más, captan hasta zarzuelas televisadas desde el Pirulí de esta orilla. Ahora bien, el mayor descubrimiento ha corrido a cargo de algunos merolicos (comerciantes clandestinos) que han lanzado al mercado la revolucionaria pizza sin queso.

Relámanse. Desparramada por la redonda superficie y sometida a alta temperatura, la goma de los condones da un dorado precioso, que para sí quisiera cualquier queso corriente y moliente. Si es que ya lo dijo Martí: "Comete suicidio un pueblo el día en que fía su existencia a un solo fruto".

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