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La reputación de Aznar

Al presentar hace unos días en la Fundación Carlos de Amberes su espléndida monografía sobre La Pax Hispanica, Bernardo J. García resumía las claves de la política exterior del Duque de Lerma (Leuven University Press, Colección Avisos de Flandes) a partir de cinco conceptos principales: pacificación, quietud, desempeño, reformación y reputación, que merecerán atención separada y sucesiva por su extraordinaria validez para el análisis de la actualidad del momento presente en nuevas entregas previstas para estas columnas de EL PAÍS. Se anuncia, pues, y ya se estaba dejando sentir la urgencia manifestada por algunos Corresponsales, la próxima ocasión de situar a Felipe III y ala Monarquía Católica en su lugar y de hacer justicia en el área de la política internacional a un valido que terminó en coplas populares, tan desairadas como inclementes y certeras - recordemos aquella de "Para no morir ahorcado /el mayor ladrón de España /se vistió de colorado"-, cuando buscó y obtuvo el capelo cardenalicio y adquirió la impunidad bajo el amparo, eclesiástico consiguiendo de paso el archivo de las actuaciones iniciadas contra él por la Audiencia Nacional de su tiempo.Entre tanto, la participación del presidente del Gobierno José María Aznar en el Consejo Europeo de Dublín del pasado fin de semana -donde ha llenado el sillón europeo, según el publirreportaje aparecido en la edición de ayer de El Mundo- reclama un rápido y primer acercamiento al último de los conceptos enumerados: el de la reputación. Para ello nada mejor que repasar el apasionante estudio que a semejante cuestión dedicó el profesor John H. Elliot en The Journal of Modern History bajo el título 'A question of Reputation? Spanish Joreign policy in the Seventeenth Century'. Allí queda patente que la reputación de la Monarquía Católica tenía, como todos recuerdan, un fuerte componente militar del que se deducían efectos disuasorios, si hubiéramos de expresamos en el lenguaje de nuestros días. Parece que fue ayer pero a la altura del siglo XVII la paz con Inglaterra y sobre todo la Tregua con las Provincias Unidas impulsó a fuertes grupos de oposición a hacerse eco de las consecuencias negativas acarreadas por una prolongada política de quietud. Los opositores a Lerma acentuaban su celo reputacionista exigiendo una acción exterior más ofensiva y decidida en el uso de la fuerza para afrontar crisis políticas y cuestiones de seguridad a todas luces previsibles.

Volvamos al estribillo: reputación, reputación y reputación. Aznar en Dublín, como los republicanos en Madrid el 14 de abril de 1931, ha recogido el poder del arroyo, donde lo habían abandonado en este segundo caso los socialistas de Felipe González, dispuesto valerosamente a poner a España en el lugar que le corresponde dentro de la UEM con euro incluido. Además, el Consejo Europeo de Dublín ha endosado la posición del PP sobre Cuba acompañando el movimiento de la ficha anunciado en Santiago de Chile y reclamando la devolución de la valiosa corbata Hermés entregada por nuestro presidente al comandante Fidel Castro con ocasión de la Cumbre de la Comunidad Iberoamericana de Naciones. Y ya en el plano interior de nuestro particular laberinto, el último Consejo de Jefes de Estado y de Gobierno de la UE ha hecho suya la propuesta española de incluir en el texto de Maastricht II la imposibilidad de que pueda otorgarse el estatuto de refugiado político en cual quiera de los países que la integran a un ciudadano de otro país de esa misma Unión. Tal avance situará el balón de los delitos políticos en campo propio y obligará a las autoridades aquende los Pirineos a proceder de igual forma con los terroristas etarras, a los que se viene ofreciendo de manera permanente diálogo para la convalidación de sus atrocidades. Es decir, que tal vez puede aproximarse el momento en el que los asesinos sean tratados estrictamente como tales sin que sus supuestas finalidades les otorguen ventajas penales o penitenciarias. Basta de envidias destructoras y aceptemos los aciertos allí donde se produzcan como nos tiene enseñados Anson.

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