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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Dublín a dos ritmos

LOS PASOS que llevan al euro se van dando con firmeza, pero la Europa política no avanza al mismo ritmo. En el Consejo de Dublín se han producido avances significativos en seguridad interna, pero otros grandes temas de la conferencia intergubernamental para la reforma del Tratado de Maastricht siguen verdes. Y aunque se reitera que los trabajos deben acabar en la cumbre de Amsterdam de junio, este calendario está ya en entredicho. Se va abriendo la posibilidad de que haya que estirarlo hasta el verano o el, otoño de 1997.Lo ocurrido en Dublín refleja las actuales prioridades en la Unión Europea: el proyecto de moneda única y la creación de un "espacio de libertad, seguridad y justicia" que permita luchar conjuntamente contra todo tipo de delincuencia, desde el terrorismo hasta el narcotráfico. Europol, esa especie de FBI europeo, pasará a una fase más operativa, y los ministros de Justicia han recibido el mandato de desarrollar la propuesta -impulsada por España, con el apoyo de Francia- de suprimir el asilo político en la UE para ciudadanos de los Estados miembros. Una vez que este principio sea traducido a las legislaciones nacionales, no podrán repetirse casos de terroristas reclamados por España y no entregados conforme a a este asilo que no debería existir entre países democráticos.

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Los Quince desconfían de concluir en junio la reforma de Maastricht

Dublín demuestra que por debajo de las buenas palabras queda mucho por resolver con vistas a una reforma de la UE previa a su ampliación. Lo más importante, y probablemente lo que se negocie en el último minuto, será la reforma institucional. Los aspirantes esperan expectantes, y es posible que su espera se prolongue.

Tampoco se ha avanzado gran cosa en materia de desempleo. La retórica de Dublín, con su llamamiento a una mayor eficacia del mercado de trabajo, difumina escasamente las profundas diferencias que se dan entre los que prefieren que no se haga nada -con John Major a la cabeza-; los nórdicos, que quieren que este tema entre en una dinámica que lo convierta en una especie de nuevo criterio de Maastricht, con sanciones a los que no mejoren la situación de su fuerza laboral; Francia, que defiende un "modelo social europeo", y la fórmula intermedia más suave que propugna España.

Con buena educación, los Quince han acogido el largo documento irlandés sobre la reforma del Tratado de Maastricht como una buena base para seguir trabajando. Pero junto a él, todos los demás textos, del más ambicioso franco-alemán a los nacionales, siguen sobre la mesa. No parece haber salido de Dublín una prisa excesiva por entrar de verdad en la negociación para lo que ya se conoce como Maastricht II. Entre otras cosas, porque Major ha perdido la mayoría y se esperará a que las elecciones -a más tardar en mayo- aclaren la situación británica y su política europea.

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