Muere Dan Flavin, escultor de la luz fluorescente
El artista norteamericano, de 63 años, destacó dentro del movimiento minimalista
Dan Flavin, uno de los principales representantes escultóricos del movimiento minimalista, conocido por sus trabajos con las luces fluorescentes, falleció el viernes en un hospital de Riverhead, Nueva York, a los 63 años. La causa fue una serie de complicaciones relacionadas con la diabetes, según dijo su hijo, Stephen Flavin.
Con la muerte de Dan Flavin, nacido en Nueva York el año 1933, desaparece una de las figuras más representativas del arte minimal, la corriente depurativa última del formalismo americano. De formación artística autodidacta -los estudios de Flavin se orientaron, primero, por temas científicos, como la física, y, después, por la sociología-, sólo comenzó a dedicarse seriamente al arte a fines de los años cincuenta.Sus primeras investigaciones artísticas tuvieron que ver ya con la tecnología de la luz, que no en balde había sido el argumento central de lo moderno desde Caravaggio. Al principio, pareció interesarse por lo que habían estado haciendo con la luz algunos escultores normativos del Op Art, como Schöffer, y, también, por algunos elementos del pop. En este sentido, como de síntesis, realizó la serie de "iconos luminosos", mezcla de superficies pintadas que luego estaban enmarcadas con bombillas eléctricas.
De todas formas, la madurez de su lenguaje personal comenzó con el uso de la fría luz del neón, con cuyos filamentos iridiscentes conseguía los efectos del dibujo y, sobre todo, la evocación espectral del espacio. Con esta caligrafía dúctil ciertamente lograba subrayar el espacio, transformándolo, pero aún tenía que lograr dar una sustancia propia, independiente, autónoma, a su signo luminoso.
Lo consiguió a partir del análisis de la Columna interminable, de Brancusi, una señal totémica sin lugar. Fue entonces cuando conectó de lleno con el espíritu minimalista, no sólo por la reducción extrema de su soporte material, sino también por haber logrado hacer presente el espacio sin necesitar ubicarse en un lugar determinado y determinante. Esta forma de ser sin estar, esta arribada a un espacio puro, sin cualidades, era, en efecto, la esencia negativa del minimal, ese lugar sin retorno por ser un nolugar.
Por lo demás, Flavin evitó la transparencia absoluta, donde el arte desaparece porque literalmente no se ve, mediante efectos escenográficos de movimiento, en la dinámica línea barroca de las diagonales. De hecho, en este conflicto entre la pureza, que es estática, regular y, finalmente, invisible, como ocurre en el arte de Mondrian, y la vida, que es impura, irregular y animada, como el arte de Tatlin, se situó la creación de Flavin, tan paradójico como la luz fluorescente, una luz sin calor, una luz espectral.
La influencia de Flavin ha sido considerable, y no sólo a través de lo que obviamente supone hoy el uso generalizado de la técnica del neón. Desde mi punto de vista, creo que ha marcado sendas para poder transitar por lo inmaterial del espacio y, en este sentido, su obra tiene más que ver con la de artistas actuales como James Turrell y, por el lado más convulso y perverso, con Bruce Nauman.
Por último, hay que señalar la reiterada presencia de la obra de Flavin en España durante los años ochenta, por ejemplo, en la muestra de la colección Panza, donde, muy bien representado, se puede decir que sus neones nunca lucieron mejor que en las monumentales salas clásicas del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. De salud precaria, pues estaba aquejado de un grave proceso diabético, el ánimo no le faltó a Flavin hasta el último momento, aunque quizá su vitalidad indomable haya sido la causa de su muerte precoz, a los 63 años.
Babelia
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