La máquina del tiempo.
Este nuevo programa de la compañía apostaba fuerte con cuatro estrenos, y ha sido un error garrafal en cuanto a orientación artística, selección de las obras y a la propia elaboración de los coreógrafos, todo lo que una gran compañía nacional y profesional no debe hacer con el folclore. La pieza de Manolo Marín desdice mucho de su creador. Un batallón de caballería tapa con taconeo insensato la desafortunada música de Moreno Torroba (aquí no se sabe qué es lo peor) mientras una bailarina lucha contra su bata de cola. Las luces eficientes y los buenos trajes hacen que sea menos amargo el trago.Después un solo interpretado por Maribel Gallardo recuerda que la danza española es algo más que percutir el suelo. Con un maravilloso traje concebido por Pedro Moreno, pero mal iluminado, la bailarina hace gala de su riqueza con las castañuelas (las mejores que se pueden escuchar hoy) y se pasea como un grabado más pregoyesco que goyesco propiamente dicho. Fue un respiro y excepción en la pesadilla que vino después, cuando una ensalada de trajes folclóricos manipulados sin ton ni son hizo revivir, más que recordar, unas estampas que sólo conocí por el, No-Do, y que son la parte más aciaga del baile español de este siglo.
Ballet Nacional de España
Concierto de Málaga: Manolo Marín / F. Moreno Torroba. Intermedio de Goyescas; Victoria Eugenia / E. Granados. Romance: Juanjo Linares y Pedro Azorín / Eliseo Parra. La gitanilla: José Granero, Miguel Narros / Antón García Abril. Teatro de La Maestranza, Sevilla. 23 de noviembre.
Cierra programa La gitanilla -es la tercera vez que la novela de Cervantes se convierte en danza desde la primera versión de Filippo Taglioni en 1.846-, un esfuerzo coral por reproducir los logros de Medea. El resultado, sin embargo, dista mucho, quedándose en un popurrí de la propia Medea (escenarios, boda), Don Juan (máscaras, símbolos eclesiásticos aquí gratuitamente irreverentes) y otros trabajos del mismo equipo. Segundas partes pudieron ser peores. Lola Greco salva su personaje, pues ella pone sus brazos y su personal manera de hacer, elevada y lírica, elegante siempre.
El vestuario de Narros es una joya de dibujo y de realización, desde los tocados hasta el colorido, y lo mejor de la puesta en escena es su mano de dramaturgo visible en la parte actoral, mientras la escenografía es fría e ineficaz, quitándole a la obra un, elevado porcentaje de éxito. Oscar Jiménez hace un, papel de gran histrión y complicados pasos a: su medida hasta el punto de atraer toda la atención del espectador, y Mila de Vargas por fin encuentra un papel adecuado a su edad, constitución y físico.
La coreografía de Granero no merece elogios. Es un collage de trabajos anteriores mal hilvanados y desaprovecha una partitura llena de matices y acertados acentos corales que sólo se ven a ratitos, como cuando Antonio Márquez hace un solo demasiado largo.
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