Dos artistas asombrosos
Los Premios Nacionales de Música han recaído este año en dos madrileños universales: la mezzosoprano Teresa Berganza y el compositor José Luis Turina. Nacida en 1935, Berganza produjo sensación en la España de los años cincuenta, cuando terminaba la carrera; su Mozart, su Rossini, sus canciones de Falla, Guridi, Turina o Rodrigo demostraban varios dones: una voz preciosa, de color emocional y materia densa, una inteligencia viva y un agudo sentido musical. Con ellos y el trabajo autoexigente, la legendaria madrileña hizo pronto una carrera fulgurante. Contó en el mundo con grandes públicos de admiradores razonables, pero también con teresianos de pasión fogosa e inquebrantable. No descubro nada: es lo propio del auténtico divismo. Sus actuaciones en ópera, oratorio y recital nos han deparado recuerdos imborrables, como lo son sus largos años de colaboración con el maestro Félix Lavilla, su primer marido. Sólo me produce extrañeza, desasosiego y hasta cierto asombro que sea en 1996 cuando se le concede a Teresa Berganza el premio nacional. ¿Pero es que no lo tenía? ¡Qué país!Se llama Turina y es nieto de Turina el sevillano y también biznieto del pintor Turina, costumbrista andaluz. Pero la sangre no le transmitió de sus mayores otra cosa que su naturaleza artística y la perfección minuciosa de su oficio. Aunque estudió con profesores españoles y extranjeros -Alís, Bernaola, García Abril, Rodolfo Halffter, Donatoni-, lo decisivo fue el alumno. Quizá José Luis Turina no lo fue nunca, pues desde sus páginas tempranas mostraba dominio y talante de maestro.
Crucifixus, para piano y arcos, de 1978, supuso un toque de atención para todos. Luego vino una confirmación detrás de otra: Lama Sabacthani; la ópera Ligazón, sobre Valle Inclán; Ocnos, sobre Luis Cernuda, uno de los más brillantes premios Reina Sofía; El arpa y la sombra, basada en Carpentier; o los sonetos de Lope, Góngora o Quevedo. Parece Turina un moderado y es un azogado inquieto; sabe lo que quiere y lo realiza de manera admirable; desde la juventud fue un clásico de sí mismo, intenso en la expresión, inconformista en las ideas, riguroso en el orden y renuente a todo exceso. Como diría Juan Ramón Jiménez, Turina es "artista puro y hondo" y hombre capaz de alterar su discreción a la hora de la necesaria rebeldía.