_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Intolerancia

Rosa Montero

Ahora resulta que el Vaticano ha decidido suspender su roñosa aportación de 260.000 pesetas a la Unicef (organismo de la ONU para la defensa de la infancia), porque dicen que promueven la regulación de la natalidad en el Tercer Mundo. Por mí el Vaticano se puede merendar su mísera limosna: una institución tan reaccionaria no merece colaborar con una entidad internacional tan prestigiosa.

Cada día que pasa la Iglesia católica oficial se va alejando más y más de la realidad del mundo, de la compasión y del sustancial sentido humanitario del cristianismo clásico. Se diría que están teniendo envidia del resurgir de los integristas islámicos y que pretenden competir con ellos en intolerancia. Y así, cada día que pasa se agranda el abismo entre el poder eclesiástico y la verdadera espiritualidad. Para mí la religión auténtica son los misioneros maristas de Zaire, heroicos y admirables; o esas monjas que cuidan enfermos con abnegación anónima; o las innumerables personas que sienten honestamente dentro de sí el sobrecogimiento ante el misterio. Pero todo esto no tiene nada que ver con la petrificada Iglesia oficial.

Cada año mueren millones de niños en el mundo de hambre y de miseria, y los expertos coinciden en señalar que la planificación familiar es el paso fundamental para poder escapar del horror y la pobreza planetarios: esto es una obviedad lógica y una verdad científica tan irrefutable como el hecho de que la Tierra gira en tomo al Sol. Pero la Iglesia quemó vivos durante siglos a quienes sostuvieron el heliocentrismo, y tal vez tarde ahora trescientos años en admitir los atiticonceptivos, con el coste de infinito dolor que esa actitud conlleva. Qué incapacidad para entender y socorrer al prójimo: para mí eso no es religión, sino poder, un poder que sojuzga y tiraniza.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_