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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Divertido y libérrimo trago de buena cerveza irlandesa

La camioneta

Dirección: Stephen Frears. Guión: Roddy Doyle, extraído de su novela del mismo título. Fotografía: Oliver Stapleton. Música: Eric Clapton. Irlanda, 1996. ,Intérpretes: Colm Meaney, Donal O'Kelly, Ger Ryan, Caroline Rothwell, Neili Conroy. Estreno en Madrid: cines Ciudad Lineal, Canciller, Roxy,. Bellas Artes, Aluche y (en versión original subtitulada), Renoir Plaza de España y Renoir Cuatro Caminos. .

Recuérdese Café irlandés, aquel trepidante y arrollador sainete dublinés que Stephen Frears, después de su decepción tras la primera escapada de su libérrimo cine casero a las argollas de a producción en cadena hollywoodense, nos regaló hace años como respiradero de cine vivo. Ahora, lo que Frears nos regala en La camioneta tiene que ver con, aquel esclarecedor reencuentro del cineasta consigo mismo y su mundo, pues supone para él (y de rebote para nosotros) el segundo retorno (más decepcionado que el primero) de su segunda huida del tallercito materno a los pesebres de la fábrica californiana de chorizos audiovisuales.Últimamente, a los dos más célebres cineastas irlandeses sus patronos americanos les meten con embudo dentro de la cámara mismo peaje: la presencia (por disparatada que sea para el caso)de la guapa Julia Roberts. Este año, los gestores (es decir, aritiproductores) de la estupenda Michael Collíns, le han impuesto a Neil Jordan en la cabecera del reparto, a la estrella con Iógica de quien alinea, a una barbi para jugar un partido de rugby y obviamente lo único que la muñeca hace es estorbar a los jugadores Y hace un año la misma guapa, formó parte del (por este y otros agujeros) naufrágio de Frears en la chatarra que hay bajo la falsamente brillante construcción de Mary Reilly, desdichado artificio de tenebrismo de lujo, que condujo a un gran conocedor de la mala vida y disfrador de la buena a fabricar un rollo de Celuloide bien hilado, pero procedente de nada y destinado a nadie, pues está de principio a fin completamente muerto y conforma un irresúcitable cadáver cinematográfico indigno de un inventor, de gente que, incluso revienta de vida.

La camioneta de forma no tan bien cerrada sobre si misma como Café irlandés, pero con igual derroche de energía vital y capacidad para convertir la lógica, de la supervivencia, en lógica de vida, dos parias a quienes los amos de su fábrica dejan un mal (o quizás buen) día en la calle arropados con una mano por delante y otra por detrás, deciden ser patronos de sí mismos y aplicar la ley de la fábrica a un tenderete de hamburguesas que ingenian sobre un furgón abandonado, al que restauran y ponen en marcha.

Ahí comienza la vibrante peripecia de esta película divertida, inteligente, contagiosa y consoladora, es decir: todo lo contrario que el mentiroso cartón piedra de su hermana mayor Mary Reilly. Un itinerario laboral que se hace itinerario moral y metáfora del paso (entre tropiezos y resurrecciones) por este mundo de dos magníficos bípedos irlandeses sedientos de cerveza y de libertad, de las cuales (no hace falta decirlo tratándose de una película dirigida por Frears fuera de Hollywood) se forran y nos forran.

Y es glorioso asistir a otro retorno a Europa de este cineasta irremediablemente europeo, pero inclinado a enrolarse en poltronas color verde dólar que luego, cuando se le renuevan las ganas de vivir y hacer vivir, abandona para volver a las raíces y (tras el paréntesis de su autoexilio mudo) organizar con cuatro cuartos elocuentes Y deliciosos tingladillos de charla y tortazo, de alcohol y caminata de tribu y desamparo, de taberna y camioneta.

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