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Queda un año

Si el calendario establecido se respeta escrupulosamente estamos justo a un año de la reapertura del Teatro Real como sala de ópera. La repercusión que sobre la actividad cultural de Madrid en su conjunto va a tener la puesta en marcha del emblemático edificio de la plaza de Oriente plantea varias cuestiones para reflexionar en voz alta. ¿Qué puede aportar un teatro de ópera a la sociedad en los tiempos actuales? ¿En qué va a modificar la vida de Madrid? ¿Qué tipo de modelo cultural incentiva el apoyo económico necesario de instituciones públicas y privadas?La ópera en las grandes ciudades no tiene los mismos planteamientos que en los festivales clásicos de verano. La contribución de éstos al equilibrio económico y turístico de los sitios donde se celebran, al margen de los valores especificamente culturales, no creo que necesite una mayor explicación. O por decirlo con una muestra concreta pero significativa: Mortier será cesado como director del Festival de Salzburgo no por enfrentamientos con Muti o Pavarotti, sino en el momento en que la cuenta de resultados económicos decrezca. El sentido de ópera cotidiana en los grandes núcleos urbanos sustenta, sin embargo, una parte de la personalidad cultural de los mismos, sirviendo además tanto de foco de creatividad y animación como de soporte artístico para el enriquecimiento de los ciudadanos.

No estaría de más recordar cómo afrontan el problema ciudades como Londres, Viena, Berlín" o Milán, pero tal vez por cercanía y proximidad cultural sea París el ejemplo donde proyectar una mirada exterior. La capital francesa no es tan tradicionalmente musical como Londres o Viena, pero dispone en la actualidad de cinco teatros de ópera estables con programaciones en cierto modo complementarias: Bastilla, Palais Garnier, Chátelet, Opera Cómica (sala Favart) y Teatro de los Campos Elíseos. En Madrid, el Real (y La Zarzuela) deben absorber al menos una sección representativa de este panorama.

En un viaje reciente a París he podido asistir en un intervalo de 24 horas a dos representaciones tan absolutamente opuestas que pueden servir de guía a este comentario sobre modalidades de hacer ópera hoy. En Chátelet, teatro del que procede el actual director artístico del Real, se escenifica (aún está en cartel) The rake's progress, de Stravinski, con Esa-Pekka Salonen al frente de la Filarmónica de Los Ángeles y Peter Sellars en la dirección de escena. Sellars sitúa la acción en una cárcel de seguridad californian, con todos los problemas de violencia, droga y desesperación que lleva consigo una situación de pérdida de libertad, terminando la ópera con el protagonista cortándose las venas. El diario Le Monde ha subrayado en la crítica del espectáculo que este tipo de acercamiento "supone una manera de llevar a gente joven a la música".

En el otro extremo está Hippolyte et Aricie, de Rameau, en el renovado y bellísimo Palais Garnier con William Christie como director musical y Villégier como responsable artístico, tándem del que en España se pudo ver hace unos años Atys, de Lully. Los valores de la ópera-museo resplandecen aquí en toda su plenitud, en la reconstrucción minuciosa de un género, la tragedia lírica, en que conviven muy a la francesa texto, música y danza.

Las dos funciones estaban hasta la bandera de público -(y eso que la ópera barroca, de cuatro horas de duración, comenzaba a las tres de la tarde), y en ambas fueron aclamados los directores musicales, estableciéndose una sonora y apasionada división de opiniones al saludar los responsables escénicos, algo que parece ya inevitable en cualquier montaje que se precie. Respecto a los cantantes, piedra angular de la ópera, la superioridad de los de Stravinski frente a los de Rameau era abrumadora.

Es lógico pensar, dados los antecedentes de Lissner y sus primeras declaraciones, que Madrid va a optar por la ópera compromiso frente a la ópera-museo, pero no estaría mal alguna muestra de esta última en el Real para permitir su conocimiento a un público receptivo y plural. La actualización escénica de la ópera, quitándole polvo y pelucas, parece en cualquier caso el único camino posible para ampliar espectadores y justificar inversiones. Así lo han visto los teatros y festivales más inquietos. El Real, a un año vista, tiene la palabra. ¿Estará a la altura del reto que tiene delante?

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