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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Perder amigos

LA INDISCRECIÓN del presidente del Gobierno, José María Aznar, al revelar en una entrevista al Financial Times el contenido de un encuentro con su homólogo italiano, Romano Prodi, quizá pueda deberse a la bisoñez. Pero atenta contra todas las reglas de la cortesía diplomática. Según Aznar, Prodi le había pedido que "España e Italia-fueran de la mano hacia Maastricht", a lo que el jefe del Gobierno español replica despectivamente: "No estoy interesado en ir de la mano con nadie". Este mal gesto público viene a sumarse a una serie de desplantes que el actual Ejecutivo ha hecho a algunos de sus socios europeos e internacionales. España no gana nada con ello. Por. el contrario: pierde peso y pierde amigos.Mal asunto cuando vamos a tener que echar mano de ellos a la vuelta de cualquier esquina, en particular ante el difícil examen de 1998 para entrar en la moneda única y otras complicadas negociaciones en la UE. No contribuye a la capacidad de influencia de España enajenarse a Italia, distanciarse de Alemania -cuando el presidente del Gobierno no recibe al mínistro alemán de Defensa- o despertar suspicacias en Portugal, en referencia a la OTAN.

Los gestos contribuyen a fortalecer o debilitar la política exterior de un país. Que el presidente colombiano, Ernesto, Samper -a pesar de la polémica en la que está envuelto y de las actitudes estadounidenses-, sea recibido en el Elíseo, en París, pero no en La Moncloa, resta credibilidad al conjunto de la política iberoamericana española. Así, ¿cuándo antes ha necesitado un ministro español de Asuntos Exteriores la mediación mexicana para hablar en la sede de las Naciones Unidas con su homólogo cubano, como ocurrió la semana pasada? Por razones ideológicas -y ésta es la mayor discontinuidad con las administraciones socialistas- el Gobierno de Aznar ha querido castigar al, siempre criticable régimen de Castro, pero ha socavado su propia posición de puente entre Europa y La Habana, sin recibir ningún favor por parte de Estados Unidos.

Pero tras estas indiscreciones y gestos poco afortunados se esconde también una pérdida. de claridad y efectividad en la política exterior española. Los interlocutores de España están desorientados. Las cuestiones europeas parecen abordarse desde una concepción provinciana del interés nacional, como si Europa sirviera para resolver sólo los problemas entre españoles-y los éxitos en materia de cooperación internacional en la lucha contra el terrorismo son notables- y no ayudara a las relaciones, con sus consiguientes oportunidades, de España frente al resto del mundo. De la. reforma de la OTAN sólo parece interesar el mando de España sobre sí misma o cómo diluir en, este marco el problema de Gibraltar. Pero no tanto la mutación de la Alianza Atlántica, o del conjunto de Europa y del mundo. La idea europea -que Aznar. debería, explicar con mayor detalle, y para ello dispondrá de buenas ocasiones en los próximos días- aparece Como mero instrumento, y no como ambición, -o ilusión-para el país.

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Aunque la influencia del presidente del Gobierno pueda resultar decisiva para que una política exterior funcione, el titular de Asuntos Exteriores debe contar con la confianza del Ejecutivo y mandar en su ministerio. No parece ser el caso. La política de recortes de altos cargos se ha impuesto con un amplio desconocimiento de las necesidades de la política exterior, lo que ha mermado su efectividad. Mayores ahorros, aunque menos vistosos, hubiera producido, por ejemplo, el cierre de algunos consulados desfasados en Europa. Pero no. Se prefirió suprimir direcciones generales y fusionar otras, con lo que Exteriores cuenta ahora con un director general responsable del área que va de Vladivostok a San Francisco -por el camino occidental- y otro que abarca de Mauritania a la Micronesia. No hay parangón entre países comparables de nuestro entorno. Además, en el nuevo organigrama, la idea europea ha perdido peso. Desaparecen los cargos, pero no las funciones, que, así, se realizan peor.

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