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Dudas sobre la autenticidad de un Van Gogh que Francia declaró patrimonio nacional

El Estado tuvo que pagar 3.600 millones sin conseguir la propiedad del cuadro

Especialistas franceses y holandeses en Van Gogh discuten estos días sobre la autenticidad del cuadro Jardin à Auvers. El cuadro, que va a ser subastado el próximo diciembre, es objeto de polémica por varias razones: por su título, por la técnica inusual empleada y por estar Inventariado de manera contradictoria. Pero sobre todo porque el Estado francés fue obligado por los tribunales a pagar por esta obra 3.600 millones de pesetas sin conseguir que pasara a engrosar las colecciones nacionales y ahora corre el peligro de que podría tener que pagar de nuevo para evitar que se desvalorice. Esta crisis está provocando también serias dudas sobre el intervencionismo estatal en el mercado del arte.

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En 1989 Jack Lang, el activo ministro de Cultura de la época, creía resolver el problema que planteaba el cuadro Jardin à Auvers, de Van Gogh, declarándolo monumento nacional. Esta calificación impedía que la tela pudiese salir de Francia, es decir, ser vendida a un propietario residente en otro país y, sobre todo, preparaba su llegada a las colecciones públicas vía donación. Entonces Jean-Jacques Walter, el hombre que poseía el Van Gogh, se consideró perjudicado y, después de vender la obra en una subasta pública -Jean-Marc Vernes, el banquero adquiriente, pagó 55 millones de francos (1370 de pesetas) en 1992-, presentó una demanda contra el Estado.Walter alegó que la categoría de "monumento nacional" vetaba, en la práctica, la participación en la subasta de compradores extranjeros, con la consecuencia de que el precio final de adjudicación fuese muy inferior al que hubiese podido obtener en un mercado libre.

En febrero de 1996 los tribunales dieron la razón a Walter y el Estado fue condenado a pagar 145 millones de francos (unos 3.620 de pesetas) suplementarios. Dos meses después de la sentencia definitiva, Jean-Marc Vernes moría y sus herederos se encontraban entre las manos con un cuadro que ahora valía 200 millones de francos (casi 5.000 millones de pesetas). Su destino inicial -servir, vía donación, para abonar los derechos de transmisión- se revela ahora poco interesante para los Vernes. Pero el embrollo no se acaba aquí pues algunos expertos creen que la obra pintada con ondulante técnica puntillista no se debe a la mano de Van Gogh.

El hermano del marchante

El Estado habría pues convertido un cuadro falso en monumento nacional y habría enriquecido a uno o vanos particulares con su error. Las dudas nacen de la historia del cuadro, pues hay quien pretende que fue propiedad de Amédée Schuffenecker, un marchante y coleccionista poco escrupuloso y que vendió los pastiches que pintaba su hermano haciéndolos pasar por obras de Gauguin, Monet, Cézanne o Van Gogh.Conservadores del museo Van Gogh de Anisterdam, la directora de la Réunion des Musées de Francia, el principal estudioso de la obra del artista holandés, los expertos de Christie's, y una serie de distinguidos especialistas ven así como se pone en duda su solvencia. Sus argumentos para defender la autenticidad del Van Gogh, a pesar de ser coherentes y documentados, no pueden borrar todas las dudas. Es cierto que los nombres con que se conocen muchas telas de Van Gogh fueron decididos tras la muerte del pintor pero eso, de la misma manera que impide dar como bueno el discurso de quiénes hablan del Jardin à Auvers como de un falso, tampoco da la razón a quiénes no dudan sobre la personalidad del autor. Es más, la técnica puntillista de la tela, con no ser extraña a Van Gogh, si es muy infrecuente en su obra y hay quien defiende que, además, era imposible emplearla en julio de 1890, en el plazo de temporal de frenesí creativo que se dio Van Gogh antes de suicidarse.

Los herederos de Jean-Marc Vernes, banquero predilecto del partido gaullista RPR, han decidido subastar Jardin à Auvers el próximo diciembre y el Estado tiembla de nuevo. Después de desembolsar 145 millones de francos como castigo a su intervencionismo sobre los precios, ahora corre el riesgo de tener que recurrir a los calcetines ocultos para encontrar una cantidad semejante que poner sobre la mesa, en concepto de derecho de tanteo, para sostener el valor del cuadro. En definitiva, sea cual sea el final, provisional o definitivo, al que se llegue dentro de dos meses, el Estado francés tiene que elegir entre dos males: adquirir a precio de oro una obra cuestionada o aceptar que su papel ha sido estrictamente el de sostenedor de unas transacciones millonarias de las que no ha sacado beneficio alguno.

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