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El primer museo de arte digital entra desde Austria en el futuro

El Ars Electronica Center propone un nuevo concepto de museología cibernética

Con el polémico subtítulo de Museo del Futuro se ha inaugurado en la ciudad austríaca de Linz el Ars Electronica Center (AEC) como contrapunto cultural entre las tradicionales Viena y Salzburgo. Ubicado a orillas del Danubio, en un nuevo edificio de moderadas dimensiones, de Klaus Leitner y Walter Hans MichI, este centro dedicado exclusivamente a la utilización de los más avanzados medios electrónicos, está dispuesto a afrontar el reto de una nueva era cultural que está obligando a buscar una nueva definición de las artes.

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Un desafío al presente

Enmarcada en el Festival Ars Electronica que por decimoséptima vez convierte a esta ciudad de 200.000 habitantes en epicentro mundial de la vanguardia experimental en las artes electrónicas, la apertura del centro -el pasado 2 de septiembre- tuvo un éxito inusual, a pesar de que el museo no fue concebido para suscitar sorpresa presentando obras intocables o vivencias espectaculares. Más que un museo el AEC se ha propuesto ser un taller de trabajo para entendidos y a la vez permitir al amplio público un primer acercamiento al mundo de la informática.En un primer instante, sólo se percibe una aglomeración de monitores y otros artilugios que nada dicen por si solos, si no requerimos su atención. Armados de una tarjeta con su microprocesador correspondiente, podemos recorrer los seis pisos, encontrando por todas partes computadoras dispuestas a informar sobre el contenido del museo. Pero es un contenido infinito, porque puede uno pasearse por los salones de exposición existentes sólo en la realidad virtual de la instalación cave y, sin ninguna clase de tabú, nos está permitido embadurnar de pintadas los objetos virtuales expuestos.

Hay también un minúsculo jardín verdadero en el que cada visitante puede elegir un terreno, plantar y regar sus flores vía Internet, delegando el trabajo a un robot. Este ejemplo ayuda a comprender que la idea convencional de espacio y tiempo es obsoleta en los nuevos medios. "El espacio es lo menos significante", dice Gerfried Stocker, director del AEC, "este edificio es sólo un marco aparente: tenemos 2.000 metros cuadrados como área de exposición, pero todas las instalaciones están conectadas a una enorme red, o sea, que disponemos de un espacio infinito, el espacio cibernético. En esta red estamos convirtiéndonos en un centro de investigación relevante, sobre todo en materia de arte. Desde aquí nuestro público puede enviar información, recibirla e iniciar proyectos en cooperación con todo el mundo. En el AEC los artistas pueden encontrar tecnología a la cual es difícil tener acceso si uno no es de los privilegiados que trabajan' en una universidad o son patrocinados directamente por alguna empresa".

Los usuarios

Gerfried Stocker, de 31 años, se ha dedicado a la informática a, través de la música y no le extraña que todavía reine confusión en torno al concepto de arte relacionado con la electrónica. "Es muy difícil palpar este arte, una de las tareas principales radica en buscar una nueva definición. Se está perdiendo el concepto de autoría, que está estrechamente ligado a temas sociales y económicos. En el Internet se esfuma el derecho de autor. Una vez en la red, la obra se multiplica, se copia, se fragmenta, todos los usuarios pueden incidir y transformarla. Ya no es esencial crear lo genuino y original. La interacción no es como muchos creen, una mejor forma de control sino lo contrario. En el espacio informático los artistas se liberan de sus ansias de controlar el contexto de recepción".La interacción es palpable en una piscina de la ciudad de Linz. Con motivo del Festival Ars Electronica, el francés Michel Redolfi presenta aquí una instalación que permite sumergirse fisicamente en música. El agua transporta sonidos que cada cuerpo flotante transforma sin percibir. También el canadiense Robert Adrian, con el austríaco Sam Auinger, utiliza programas sofisticados de computación en un espacio completamente oscuro, con pálidos focos de luces que no iluminan. No se identifican, pero se escuchan sonidos creados a partir de la vibración del Puente de los Nibelungos, en el centro de Linz. También esta música reacciona sin inmediatez a la presencia física de los visitantes. "Como es natural, la interacción es permanente y no voluntaria. En realidad, éste es un espacio vacío al que la gente aporta su contenido físico y sobre el que reflexiona según su contenido mental", dice Adrian.

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