El polifacético Tapie se destapa como actor
Con 'Pianese Nuncio' termina el poco afortunado lote italiano de este año
Era previsible desde que supimos el título: eso de Hombres, mujeres suena a reedición de la fórmula que hace 30 años encumbró a Claude Lelouch en Un hombre y una mujer, y así es. El mismo guiso originalista sentimentaloide y cursilón, hábilmente amañado, y con guindas de morbo, como la presencia de Bernard Tapie en la cabecera del reparto. Lo único singular del firme es que este negociante, ex futbolero, ex ministro y casi ex presidiario, es lo más sólido que hay en la nueva película de Lelouch. Todo un actor, lo que explica muchas cosas de la rocambolesca vida pública de este sonado personaje de la Francia de François Mitterrand y sus cloacas.
Con anterioridad se cerró el gallinero teórico del seminario "El cine del tercer milenio" y se proyectó Pianese Nuncio, que remacha la mediocridad del lote italiano.La reciente reedición en pantallas grandes y pequeñas del caramelo de Un hombre y una mujer, que hizo furor hace ahora mismo tres décadas, parece que ha movilizado el ingenio de este excelente vendedor y mediocre cineasta que sigue siendo Claude Lelouch. Aquella formulita de oro, que le pusieron en bandeja Jean-Louis Tringtignant y, sobre todo, Anouk Aime, era tentadora, y Lelouch es de los que se pone caliente en cuanto huele el color de los fajos de francos.
Para mayor explicitud, en la pantalla está la presencia, ciertamente fantasmal, de Ja maravillosa y, bellísima actriz, que sigue siendo ambas cosas detrás del velo de gasa funeraria con que Lelouch subraya su condición inmortal y su función de mascota de esta Hombres, mujeres, igual de habilidosa, cursi y blandorra que su famosa predecesora. Anouk Aitne, cubierta de suaves negruras de viuda eterna, sigue siendo fascinante con más de sesenta años, y una sola mirada suya tiene dentro más cine que toda la opera omnia de su director tendero, que con toda evidencia va a barrer bajo la alfombra en Francia, aunque esta vez algo menos en los alrededores. El tiempo no pasa impunemente y los gustitos cambian de rumbo. Ahora el dineral lo dan los dinosaurios y los marcianos y no el esprit.
La guinda de morbo contemporáneo de esta nueva Un hombre y una mujer, multiplicada en varios hombres y varias mujeres, la puso en bandeja otra presencia, signo de ese aludido paso irremediable del tiempo, la del negociante marsellés, involucrado en la política francesa Bernard Tapie. Paradójicamente, o tal vez no tanto, este jerifalte de la política financiera europea es un actor consumado o, endureciendo el idioma, redomado: incluso en la pantalla tiene fuerza y dotes de liante, de formidable fingidor y seductor. Su mirada oscura y penetrante parece hecha para el cine, y logra dar una imagen de donjuán otoñal y potentado inesperada por convincente. Y ahí se acaban las bellezas de este nuevo globito de colorines pálidos organizado por Lelouch para dar gusto a sus seguidores y disgusto al honor del cine.
Este maltrecho honor fue, bajo un chaparrón de faramalla teórica, el protagonista oculto de los debates del seminario (incluido el sentido eclesial del término) "El cine del tercer milenio", que agolpó en los salones del viscontiano hotel des Bains a un centenar de cineastas, que la emprendieron con el futuro de su arte y su oficio no se sabe bien con qué objeto, pues la convocatoria de Pontecorvo fue un prodigio de fusiones prolongadas en confusiones.
Pocas cosas han saltado a los titulares de los periódicos italianos de este ejercicio de (se rumorea que son palabras del viperino Roman Polanski) "masturbación mental colectiva". Pero hay un par de ideas que no tienen desperdicio y que han saltado de boca en boca fuera de la encerrona: la de que es una bobada tautológica hacer teología acerca de los llamados "efectos especiales en el cine futuro", cuando toda ficción cinematográfica, desde sus comienzos en el Viaje a la luna, de Meliés,es en sí misma un "efecto especial"; y, más aún, que otro tanto puede decirse de las alquimias teóricas sobre la llamada "realidad virtual" que se avecina, cuando ésta tuvo lugar en los ojos y el corazón del público que asistió a la primera proyección de los Lumiére, inventores del artilugio, cuando éstos les pusieron en la pantalla un tren que se les echaba encima de frente y el respetable huyó espantado del peligro de atropello.
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