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FESTIVAL DE EDIMBURGO

"Tío Vania", dirigido por Peter Stein, un broche de oro en la clausura

Peter Stein (1937) ha vuelto a Chéjov y lo ha hecho con Tío Vania, drama cotidiano del tiempo y los sentimientos. El director berlinés ha trabajado en esta ocasión con un grupo de actores italianos del Teatro de Roma y del Teatro Estable dé Parma. Antes de su presentación en Edimburgo, el espectáculo fue rodado en Moscú el pasado abril. Los resultados son sorprendentes: tres horas y media de gran teatro.La primera vez que Peter Stein puso en pie una obra de Chéjov, Tres hermanas, fue en 1984. El director alemán de teatro consideraba que el autor ruso era demasiado complejo para los años de juventud y la estética de la Schaubühne, donde estuvo como cerebro desde 1970 a 1985, no iba entonces por esos derroteros, Stein tardó cinco o seis años más en llevar a la escena otro Chéjov, El Jardín de los cerezos. Sus inclinaciones no iban por Tío Vania, a la que consideraba una obra inferior a las anteriores.

Ha sido providencial la espera, entre otras razones porque Stein en el intermedio ha descubierto la ópera, realizando algunos montajes muy significativos para la WeIsh National Opera como los de Otello y Falstaff, y más recientemente un fundamental Pelleas et Meéisande con Boulez. Además de la madurez adquirida con el transcurso del tiempo, la familiarización con la música y en especial con las voces ha sido decisiva para un título como Tío Vania, donde los personajes tienen un peso específico más determinante, más solistas, más operístico si se quiere, que en otros dramas de Chéjov.

Condiciones vocales

La aproximación de Stein a Tío Vania explota al máximo las condiciones vocales de los actores. Con ello, el drama adquiere en el retrato humanista su mayor fuerza, y en la voz el recurso más cálido. La música ayuda a la ambientación. No es convencional, desde luego, sino una selección de sonidos naturales -los patos o los pájaros, en el primer acto; la lluvia o un reloj en el segundo; los grillos, en el tercero; el sonido de los coches de caballos, en el cuarto- que se complementan con unas baladas sencillas para guitarra o piano que favorecen la continuidad rítmica en los cambios de acto, o con un dúo vocal de algunos actores si la profundización dramática lo requiere.La escenografía es naturalista y desnuda: muchos árboles en tonalidades verde-amarillas de final del verano, en el primer acto; oscuridad con una ventana abierta a la tormenta, en el segundo; interior con una salida acristalada al jardín, en el tercero; una habitación sin adornos gratuitos, en el cuarto. El clima poético es un marco de fondo al servicio de la palabra.

La sencillez es solamente aparente. Hay un trabajo muy cuidado y detallista para que no se produzca ninguna barrera entre las palabras de los personajes y los espectadores. La acción transcurre lentamente, como si de una sinfonía dirigida por Celibidache se tratase. El calor, la pereza, el estancamiento de las situaciones, la duda, la indecisión, la desilusión o los amores no correspondidos se palpan con intensidad.

Es Tío Vania el primer trabajo de Chéjov que Stein hace con actores italianos, un esfuerzo adicional dada la escuela del gesto que existe en este país, no precisamente la más apropiada para la sutileza del teatro ruso de finales del siglo pasado. Sin embargo, consigue algunas actuaciones primorosas como la Sonia de Efisabetta Pozzi y el Vania de Roberto Herlitzka. El éxito de Tío Vania en Edimburgo, huelga decirlo, fue inenarrable. Hasta Brian McMaster, director del festival, se perdió la clausura oficial para asitir a la última representación de este apasionante Tío Vania.

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