No hay godos en la costa
Una ruta en coche por las torres moras del siglo X que vigilaban la vega del Jarama al norte de Talamanca
Los que blasonan de cristianos viejos, los que se jactan de ser godos hasta el pestorejo, suelen ignorar (o fingen ignorar) que hubo un tiempo en que los muslimes se pitorreaban de sus tataradeudos, nazarenos fanáticos, rumíes gualdraperos, a lo peor cautivos o muladíes, que cultivaban alcachofas para sus nuevos señores mientras éstos leían en sus alcázares a Aristóteles, recién glosado en Córdoba por Averroes. Más tontos que Abundio, los guzmanes de la reconquista se empecinaban en el anticuado sistema de talas y correrías (nada ecológico, por cierto), pero los arráeces, perspicaces, habían mandado erigir atalayas para tenerlos bien a la vista y que no les distrajesen, con falsas alarmas, de sus harenes y sus filosofías.Media docena de estas torres se levantaron al norte y al oeste de Talamanca, plaza fuerte y adelantada -¡y mucho!- de la morería en el tormentoso crepúsculo del primer milenio, amurallada hacia el 860 por aquel Muhaminad I que fundó Magerit, cuna de juristas prudentísimos como Abu 'Umar Ahmad al-Talamanquí, maestro éste de lbn Hazam, ahí es nada... Y cuatro de ellas aún campean sobre sendos cerros en la ribera occidental del Jarama: en El Vellón y Venturada, junto al portezuelo de Arrebatacapas y en El Berrueco.
Diversos estudios y análisis -incluido el del carbono-14, la prueba del algodón de los arqueólogos- permiten conjeturar que las atalayas fueron edificadas allá por la décima centuria, en tiempos de Abd al-Rahman III, a fin de reforzar la vigilancia sobre la ruta del Jarama hacia Somosierra, puerto por el que los cristianos asomaban de vez en cuando.
Precisamente por eso, porque estaban en plena ruta hacia Somosierra, el camino que hoy lleva hasta las torrecillas no es nada misterioso. La carretera de Burgos, vía propicia para las invasiones -más ahora de los madrileños hacia los asadores castellanos-, nos conducirá hasta las dos primeras, la de El Vellón y la de Venturada, y luego, ya por la sinuosa (y casi ignota) pista que va de Torrelaguna a El Berrueco y al pueblo de El Atazar, hasta las otras dos.
Traza cilíndrica
Poseen las cuatro traza similar, cilíndricas, de unos seis metros de diámetro, construidas en mampostes superiores de piso de madera. Apostado en la terraza, a 12 o 13 metros del suelo, el avizor de turno otearía los traicioneros vericuetos de la sierra de La Cabrera, los sigilosos meandros del río Lozoya -no ascendido aún a mar de El Atazar-, la íntima vega del Jarama atareada de caceras, alquerías y amigos... Y el atalayador, al acabar la guardia, daría gracias al Altísimo (Alahu akbar!) y novedades al relevo: "No hay godos en la costa". Una noche entre las noches, sin. embargo, llegaría el diablo, con su tizona, su loriga y sus calzas de malla, y el centinela, pulso firme, heriría el pedernal con el eslabón hasta prender la yesca y, con ella, la hoguera que , repetida. de atalaya en atalaya, no tardaría en alertar a los argos de Talamanca...A pesar de que fueron declaradas en 1983 monumentos histórico-artísticos por real decreto, el único decreto, que rige realmente la suerte de estas atalayuelas es el del olvido. Desmochadas (todas), medio desmoronadas (El Berrueco), rodeadas de chamizos (El Vellón), pintarrajeadas, pletóricas de preservativos..., hoy sólo quedan ruinas circulares y bellas palabras: atalaya, almenara, alcandora. A nosotros nos toca ahora vigilar para que no se pierdan.
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