Vacuna contra la injerencia de los políticos en el arte
Elena Salgado consideró ayer "lamentable" "el hecho de que se puedan cambiar trabajos bien hechos y trayectorias profesionales-dignas de alabanza -y no hablo de mí, que llevo poco tiempo- por razones de afinidad política que me recuerdan mucho otras épocas, afortunadamente muy lejanas en el tiempo". La ex directora general de la Fundación Teatro Lírico se refería a la política que el Ejecutivo de José María Aznar está desarrollando en el mundo escénico madrileño, con el cambio de dirección en el Centro Dramático Nacional y la polémica por la sustitución de Adolfo Marsillach al frente de la Compañía Nacional del Teatro Clásico.Refiriéndose a su caso concreto, Salgado dijo ayer que no está preocupada por su futuro profesional y que antes de llegar a la Fundación Teatro Lírico había rechazado una oferta profesional, más ventajosa económicamente, en el sector privado. Aclaró que cuando firmó su contrato en el Teatro Real no pensó que sería destituida tan pronto -ya que había acuerdo de dos Administraciones de distinto signo político-, por lo que "el contrato firmado no tiene ninguna cláusula de indemnización".
Salgado comentó que cuando el secretario de Estado del Ministerio de Cultura, Miguel Angel Cortés, le pidió la dimisión, "sabía que no iba a estar aquí meses más tarde". "Pero tenía que responder a la confianza depositada en mí por los patronos", dijo en referencia a su resistencia hasta. el final, "y quería que este episodio lamentable no vuelva a ocurrir, que sirva de vacuna para que las instituciones culturales se queden fuera de los avatares políticos".
Incertidumbre
Salgado se mostró escéptica por el hecho de que el primer gran teatro de ópera en Madrid desde hace 70 años pueda gestionarse a través de una comisión ejecutiva presidida por una ministra y con una sola reunión al mes. Aunque añadió que con la experiencia de Lissner, el director artístico, es posible que las cosas salgan bien.Elena Salgado, que en la reunión del patronato dejó claro que a Lissner lo nombró ella, dijo que "no hubiera estado de más, sabiendo que iba a conservar su puesto, que [Lissner] mostrase su apoyo a mi tarea de una manera más clara". Pero le disculpó teniendo en cuenta que su cargo le supone trasladarse a Madrid con cinco hijos.
Respecto a los nuevos patronos, no quiso pronunciarse, pero dijo que "es difícil superar las cualidades de los que han dimitido".
Resumió el proceso por el que ha sido despedida de su cargo como una sucesión de despropósitos y contradicciones. Ilustró esta idea "de precipitación" con la revelación de que el documento que se les entregó para reformar los estatutos tenía tipos de letra diferentes, faltas de ortografía y errores de concordancia.
Babelia
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