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Las medicinas, en el ojo del huracán

El embargo de las vacas locas fue suavizado en tres productos: el esperma, el sebo y las gelatinas. Pero son éstas últimas las que han suscitado mayores dudas entre los científicos, que advierten que ninguno de los sistemas utilizados para desactivar el agente de la enfermedad ofrecen garantías al ciento por ciento. Las gelatinas se utilizan para la fabricación de alimentos, cosméticos y medicamentos. Y precisamente son los comités especializados (Cosméticos, Alimentos y Agencia Europea del Medicamento) los que hacen más hincapié en recomendar la no utilización de derivados de las vacas procedentes de zonas infectadas. Incluso el Comité Científico Veterinario, de carácter más genérico, cita la posibilidad de utilizar gelatinas en la fabricación de cosméticos y alimentos, pero guarda silencio sobre su utilización en farmacia. Las dudas sobre si los medicamentos llegarán o no a estar infectados pueden sembrar el pánico entre los consumidores, que en este caso no pueden elegir entre el consumo o la abstinencia.

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Politización

La decisión de la Comisión confirma la politización que ha rodeado a este caso desde el primer momento. Frente al principio básico de tomar siempre las medidas más conservadoras, dogma de fe en salud pública, tanto el Reino Unido como Bruselas han optado siempre utilizar a los científicos a su conveniencia. Londres actuó de forma pasiva cuando en 1986 aparecieron las primeras señales de la enfermedad. Bruselas ha adoptado una actitud semejante. Desde el presidente de la Comisión, Jacques Santer, hasta el comisario de Agricultura, Franz Fischler, han parecido siempre más preocupados por no enfadar al socio británico que por la erradicación de la enfermedad. Sus decisiones han estado siempre más cercanas a la política que a la ciencia. Por ejemplo, los comisarios se resistían el 5 de junio a aprobar la suavización del embargo sin el apoyo de los ministros ni de los veterinarios. Tenían miedo a las reponsabilidades que pudieran derivarse de su decisión con el paso del tiempo. Para acabar la discusión, Santer apeló a la palabra de FischIer: éste se responsabilizó personalmente de que el embargo podía ser suavizado sin peligro. Los comisarios pensaron entonces que cualquier responsabilidad jurídica futura caería sobre las espaldas del comisario austríaco. Una creencia muy semejante a la de las autoridades francesas en el caso de la sangre contaminada de sida. Pero los informes científicos utilizados entonces no han impedido el procesamiento de una larga lista de responsables, médicos y políticos. Incluido el entonces primer ministro, Laurent Fabius.

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