Las trampas de la escritura cinematográfica
Y una vez más asistimos a la insensatez -frecuentísima en el cine español- que supone para una producción de tipo convencional rodar una película sin el soporte estructural de una verdadera escritura. La mística (o la trampa) visualista sigue dañando irreparablemente a nuestro cine, que es aquí víctima una vez más del mito (o la patraña) del director-autor, ingenuo ejercicio de megalomanía que conduce al sinsentido de intentar componer un filme profesional sin auténtica escritura profesional.Hay magníficos directores-escritores en el cine actual, dotados para fabular una historia, para galvanizarla interiormente y, mediante la creación de un entramado de seres vivos dentro de ella, elevarla al rango de ficción; pero son pocos, poquísimos, se cuentan con los dedos de las manos en todo el mundo.
En Cannes-96 sólo hay dos cineastas de esta rarísima especie: el danés Lars von Trier y el británico Mike Leigh, que han escrito prodigiosamente las imágenes que ellos mismos han filmado después.
El resto ha hecho su trabajo sobre guiones elaborados por uno o por varios escritores de imágenes -que tienen que ver muy poco con los escritores literarios y esto canta en el guión de García Márquez para Edipo alcalde, cuya maravillosa literatura perjudica seriamente a la imagen-.
Hoy por hoy, Daniel Calparsoro está muy lejos de ser un verdadero escritor de películas. Lo puso de manifiesto en Salto al vacío y vuelve a ponerlo de manifiesto en Pasajes.
Pero, sin embargo, las escribe y las filma, lo que es un incomprensible desperdicio de su talento, que debiera concentrarse en lo que sabe hacer y dejar que sean otros (que sepan hacerlo) quienes hagan lo que él evidentemente ignora.
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