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49º FESTIVAL DE CANNES

La muerte de Malle abre un irreparable vacío

El 'duro' Spike Lee sigue en 'Girl 6' haciendo cine absolutamente blando

ENVIADO ESPECIAL La segunda de las cinco películas francesas seleccionadas tiene un título así de sencillo, breve y poco rebuscado: Comment jé suis disputé... (ma vie sexuelle). En realidad, el título es ligrero si se le compara con las tres horas de plomo seudocinematográfico y parloteo seudointelectual que le sigue. La peliculita se resumió, para quienes se durmieron, que fueron los más, en tres segundos; y para los escasos héroes insomnes que la aguantaron, en tres siglos. Parecía imposible, pero la cosa empeoró: llegó Girl 6, nueva película de Spike Lee, un cineasta negro y duro que hace un cine cada día más rosa y blando. Fuera, la sombra del maestro Louis Malle asistía a su homenaje abochornado además de muerto.

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No sé quién, hace ya tiempo, dijo que muchos jóvenes directores de cine franceses padecen lo que él llamaba síndrome de Jean Eustache, extraña patología de la imaginación cinematográfica parisiense consistente en que todos estos jóvenes cineastas aspiran a repetir la hazaña de aquel infortunado colega suyo que, avisado de la inminencia de su muerte, vació toda su incalculable elocuencia en una película de tres horas de cine genial y que, pese a su enorme duración, se hacía corta: La mamá y la puta, que (ésa sí) se devora como si durara tres minutos.Y añadía el diagnosticador, con buen criterio,. que es cómodo, demasiado cómodo, insolente incluso, querer representar desde dentro la incomodidad de vivir, de amar y de morir mientras se goza de, un buen filete, una buena cuenta corriente y una excelente salud. El director responsable del susodicho titulito, un tal Arnaud Desplechin, es en realidad un muchacho rico, rubio, guapo, sonriente y que tiene del gran, estremecedor, desgarrado y triste Jean Eustache tanto como Spike Lee tiene de Malcolm X, es decir: nada. O menos que nada, pues es uno de esos que hacen cine fúnebre no porque se dejen, como Eustache, la vida haciéndolo, sino porque sus películas matan al espectador.

Como ayer las pantallas de La Croisette se pusieron de luto -bien a causa de la muerte del cine a que condujo la osadía de las tres horas de masturbación mental de Desplechin o bien a causa del humor afroamericano, sin la menor- gracia, del pantera negra Spike-, los cronistas de estas jornadas nos vemos obligados a alegrar los ojos mirando al cementerio desde donde Louis Malle nos recuerda en palabras imborrables que cuanto más viejo se sentía menos se fiaba de las ideas y más confianza tenía en las emociones.

Desplechin y Spike son gente clara cuando explican lo que ellos llaman sus ideas, pero son completamente opacos cuando intentan representar sus emociones, e impotentes por tanto para crearlas en los demás. Ayer, en Cannes, percibimos de rebote el irreparable vacío que la, muerte de Louis Malle ha abierto en el cine. Su desconfianza del intelectualismo se encarnó en su pasión por la emoción; y esto nos pone, con una legítima argucia comparativa, en la pista de la insignificancia de cineastas tan famosos y brillantes como Spike y Desplechin: en los resbaladizos territorios del arte del cine, la Iocuacidad se convierte en la muerte de la elocuencia, como en la literatura la palabrería es la muerte de la palabra.

Desde el túmulo que le han preparado en la antesala de la pantalla donde asistirnos a las fechorías de estos simuladores de imágenes, la voz de Louis Malle se oye con una extraña cercanía: la verborrea visual de quienes ahora hacen cine de laboratorio, posmoderno es una forma hipócrita y pícara de mudez. Ayer, en La Croisette, iba paseando solo, sin escolta de gorilas ni cerco de fanáticos, un hombre de estatura mediana, mirada intensa y aspecto apacible y distante. Su nombre es Daniel Auteil. Alguien dijo: "Nadie le hace caso, no es una estrella, es sólo el mejor actor de Francia". Una esquina más allá se oían alaridos: del lujoso portalón del hotel Majestic, más protegido que un monarca, salía Spike Lee, de profesión vendedor.

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