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Tribuna
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El hecho diferencial

El reciente acuerdo PP-CiU, llamado "de investidura y gobernabilidad" (horrible palabra, por cierto), es un luminoso ejemplo de la esencia política de este que decimos "Estado de las autonomías". La mayor parte del documento, incluso la mayor parte de la porción dedicada a asuntos autonómicos, se refiere a cuestiones de carácter general, no específicas de Cataluña. Pero es que la parte que se refiere a Cataluña (transferencias en materias de Policía Autónoma, tráfico, trabajo, empleo y formación) puede ser aplicada a algunas o todas las comunidades restantes.Desde la transición, el modelo a seguir por todas las demás, hasta para existir, ha sido Cataluña. La especialidad foral del País Vasco lo coloca, para el común de nacionalidades y regiones, en rancho aparte; pero ya la entronización de Tarradellas en la Generalitat contagió al personal político de fiebre preautonómica; después, con la Autonomía y el Estatuto Catalán, fue lo mismo; las autonómicamente más audaces querían ser "como Cataluña", y enseguida. Otras se conformaro n con paso más lento.

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La presión autonomizadora se ha iniciado siempre, o casi siempre, en el País Vasco y Cataluña. Pero quien produce un efecto de emulación más operativo es Cataluña. La policía autónoma vasca dejó tranquilos a los demás; sólo cuando empezó a hablarse de los mossos d'esquadra como referentes de más altos destinos policiales empezó a pensarse, en algún otro lugar, de policía propia, y cosas así.

El documento acordado representa muy bien este estado de ánimo. Se trata de profundizar "el Estado de las autonomías", no sólo la Autonomía catalana. Es decir, de algún modo los representantes de los partidos catalanes admiten esa función de innovación, pero con arrastre generalizado. Y comprendo bien al partido "de implantación estatal" (en este caso el PP) que tiene que asumir la representación de los igualitaristas, es decir, todos los demás. El asunto está claro en los problemas financieros; y más claro aún en los otros. Lo que es bueno para Cataluña valdrá para todos, piensan estos todos. La mejora de posición política que implica la corresponsabilidad fiscal lo será, también, para Baleares o Madrid, y, si se aplica con respeto de la solidaridad, lo será para todos; pero es que ya he oído a un responsable de la organización portuaria andaluza dando un paso al frente, y afirmando con orgullo que Andalucía tendrá el sistema portuario "más importante de España".

De este modo vamos a acabar teniendo un federalismo singular: federalismo sucesivo, no simultáneo, por arrastre, y hasta donde Cataluña sea capaz de llegar; federalismo expansivo. Puede que Cataluña quiera traducir su diferencia, pero, en cuanto se refiere a estructuras o instituciones políticas, la autonomía está aceptada en gran parte de España a condición de que todos sigamos siendo iguales; y más aún en materia financiera. Seamos libres para ser iguales en lo que importa: poder político y dinero público; ya se encarga luego, cada comunidad, de buscar el que suele llamarse hecho diferencial, adobado con frecuencia en esperpento histórico o majadería sociológica, que siempre son buena excusa para subvencionar "expertos". Aquí hay una cierta contradicción, dirán algunos; pero esa tensión entre libertad que acentúa la diversidad e igualdad a todo trance es la esencia del Estado de las autonomías.

Al fin, de este modo, Cataluña fija el status de todos los demás, al establecer el propio; en este pacto los representantes catalanes aceptan tal cualidad; es muy difícil ser diferente cuando los demás se empeñan en igualarte; y también queda feo no aceptar que los demás te tomen como modelo. Por lo publicado hay que reconocer que el asunto queda en términos de moderación; las teorías de lo diferente, sin embargo, llevan más lejos, pero, en lo concreto, aparece algo que debe ser el seny de que tanto se habla; quizá es esta función real de liderazgo el hecho diferencial catalán. Y es que el seny es mucho más irresistible que la bravura.

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