Borrachuzos y escachifollados
Los juampedros salían borrachuzos. Luego se escachifollaban. No se sabría decir si había relación de causa a efecto. Algunos salían escachifollados ya, como si en el chiquero les hubieran dado matarile.Además de matarile a lo mejor les dieron vino o pudiera ser anís. No de marca -que aún tendría un pasar- sino de garrafa y quiera Dios que no llevara también el siniestro metílico aquel de la década de los 50 entre sus componentes.
La borrachera que traían los juampedros ni era normal ni tenía señorío. Un señor en toda la extensión de la palabra se emborracha con vino o con whisky de marca y a lo mejor le da por pegarse con su padre, pero nunca se pondrá a cargar delantero (quizá trasero) y a dar tumbos por medio de un redondel que circunda amplio graderío lleno de gente, haciendo el ridículo.
Domecq /Romero, Muñoz, Rivera
Toros de Juan Pedro Domecq, sin trapío, mayoría anovillados, inválidos y amnoruchados; 6º sacó casta; 2º, sobrero, en sustitución de un inválido que hubo de ser apuntillado.Curro Romero: estocada corta (ovación y salida al tercio); metisaca pescuecero infamante y pinchazo (algunas palmas). Emilio Muñoz: bajonazo escandaloso (oreja) estocada corta descaradamente baja y rueda de peones (palmas). Rivera Ordóñez: pinchazo y estocada delantera (silencio); dos pinchazos y estocada (ovación y salida al tercio). Plaza de la Maestranza, 24 de abril. 8º corrida de feria. Lleno.
Los juampedros no son toros señores.
Juan Pedro Domecq, el ganadero, suele decir de sus toros que son artistas. "Yo crío toros artistas", comunica a sus interlocutores sin el menor rebozo y sin que parezca estar bajo los efectos de ningún alucinógeno.
Quizá sea cierto pero habría que matizar: probablemente lo que cría son toros artistas borrachos. No es ninguna contradicción: hay noticias de artistas consumados que le daban duro al mollate. Genios de la música sólo eran capaces de componer sinfonías cuando ya se habían puesto de licor hasta la bandera y maestros de la pintura necesitaban tener los pinceles en una mano, la botella en la otra y la paleta donde cayera. Algunos allegros molto vivace y algunas románticas puestas de sol con vaquitas locas rumiando en primer término no se hubieran entendido jamás sin saber que los repectivos autores los concibieron hartos de vino.
Que los toros de Juan Pedro Domecq estuvieran además escachifollados resulta más difícil de explicar. Téngase en cuenta que no se trataba de gatos siameses ni de gallinas ponedoras. Que suelten un gato siamés o una gallina ponedora al histórico ruedo de la- Maestranza y, al ver que se les abalanzan unos siniestros individuos tocados de castoreño, se desmayen del susto, entra dentro de la lógica. Ahora bien, que les ocurra lo mismo a los toros der lidia, no; ni es problema que aborde -menos aún resuelva- ningún tratado de Zoología.
Y, sin embargo, los toros artistas de Juan Pedro Dornecq se escachifollaban. No ya al ver a los siniestros individuos del castoreño blandiendo la acerada puya para hincársela en los riñones, sino al encontrarse frente a frente con la mirada severa de los coletudos. Ni siquiera hacía falta que los coletudos fueran fornidos y malencarados. Curro Romero, sin ir más lejos, que es hombre maduro, pausado y bondadoso, miró fijo a su toro artista a través de la lentilla y lo escachifolló.
Tres verónicas y media
Las pretensiones artísticas de Curro Romero y sus compañeros de tema no podían sustanciarse en aquellas circunstancias. Tres verónicas y media bien mesía, más par de redondos de Curro; derechazos múltiples de Emilio Muñoz; valeroso muleteo de Rivera Ordóñez al único toro que pareció tener sangre de toro -y salió el último; a buenas horas- compusieron la aportación artística más próxima a la tauromaquia de los tres fenómeno de la naturaleza.El primer toro de Emilio Muñoz se escachifolló sin remedio en pleno tercio de varas. El animalito fue pegando tumbos hasta la barrera, se tumbó junto al estribo, ordenó su devolución el presidente y no hubo lugar a la comparecencia de cabestros pues, inválido total, el puntillero Lebrija lo arrimó a un burladero y le pegó el cachetazo.
El sobrero, al que ni pudieron tocar los picadores pues se iba a morir, le pegó una voltereta a Emilio Muñoz durante la faena de muleta. Hubo falsa alarma, es evidente. El toro sería un borracho escachifollado pero no estaba tonto ni muerto y sacando casta de no se sabe dónde, se puso a embestir. Emilio Muñoz la sacó también y corrió la mano en varias tandas de ardorosos derechazos, abrochados mediante los correspondientes pases de pecho.
Celebró esta resurrección del toreo y la vida el coso de la Maestranza; ya lanzada acogió con júbilo el infamante sablazo que Emilio Muñoz le metió por un costado al toro, consiguió con su frenético flamear de pañuelos que le regalara la presidencia una oreja y le aclamó en el transcurso de su pausada vuelta al ruedo. ¡Ole mi niño! ¡Ole los bajonazos!, ¡Ole los públicos y los presidentes buenos!
¡Ooolé!
La Maestranza estaba deseando corear olés y aplaudir y naturalmente se ponía a la tarea con auténtico entusiasmo en cuanto encontraba motivo para ello. O aunque no lo hubiera. Cualquier derechazo al aire, cualquier remate medianamente pinturero, cualquier signo de buena voluntad por parte de los toreros (si de oro o de plata importaba lo mismo), bastaban para provocar un olé que parecía surgir del fondo del alma: "¡Ooolé!".Diversos sectores del público y la totalidad de los aficionados con ello, sin embargo, no estaban por la labor y tan pronto veían aparecer los toros borrachuzos y escachifollados se volvían al presidente exigiendo su devolución al corral. En diversos pasajes de la función -más bien oficio de tinieblas- estalló la indignación popular, hubo revuelos por el graderío y gritos de ¡fuera, fuera!".
Los taurinos profesionales están diseñando estrategias a fin de controlar la fiesta sin limitación de reglamentos ni vigilancia de la autoridad. Se podrían ahorrar el esfuerzo: la autoridad, en una clamorosa, posiblemente ilegal y culpable maniobra que carece de precedentes, ya ha invalidado lo que más les inquieta del reglamento mediante una orden ministerial que viene de los tiempos de Corcuera y ha dejado la fiesta en sus manos con licencia para afeitar. Y él resultado es éste. La fiesta que quieren los taurinos en su versión cabal y sin faltar detalle. La fiesta del toro borracho y escachifollado.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.