Poema de las cunetas

Es otra América, y sorprendente, la que convoca Goran Paskaljevic en esta emotiva y excelente película lírica, llena de un encanto con fuerza de contagio. Es la América del submundo de las cunetas neoyorquinas de Brooklyn visto con otros ojos, como si esta parcela del mundo tan conocida acabara de descubrirse y los perfiles de sus gentes, sus calles y su archifotografiado puente fuera capturado por primera vez en la pantalla de una película realizada con presupuesto humildísimo y que remedia con derroches de inventiva la cortedad a que parecía condenada por el puñadito de dólares con que fue hecha.Este corto presupuesto da lugar a un filme de largo alcance. Algunas magníficas películas pobres de solemnidad, que últimamente proliferan en Estados Unidos están convirtiendo al cine independiente norteamericano en manantial de bellas historias. El ejemplo comienza a cundir fuera de allí y arrastra a cineastas europeos sin crédito bancario, pero con credibilidad artística para convocar un equipo y un reparto solvente y generoso, que se deja el pellejo por un salario simbólico. En España contamos con el caso de Isabel Coixet y Cosas que nunca te dije, película que triunfó en Berlín y Tue realizada de manera parecida a La otra América.

Ésta es una película con ambición (lograda) de poema. Un trabajo muy personal de un director yugoslavo de los que, a la manera de Emir Kusturica, no quieren dejar de sentirse ciudadanos de un país inexistente, para dar así un rasgo afirmativo a su condición de apátridas. Paskaljevic es fiel a la escuela de donde proviene su buen oficio y se reconocen en La otra América constantes e inclinaciones -lo que llamaron realismo mágico- de lo mejor que nos dio el cine de Yugoslavia antes de que este trágico país se convirtiera en el último (por ahora) capítulo del libro del infierno.

La otra América relata la historia de una familia yugoslava huida de su infierno mediterráneo a la gloria norteaméricana y que allí se ve atrapada dentro de otro pozo, que comparte con un emigrante español instalado con su madre en Brooklyn. La conjunción entre estas gentes a través de los rostros curtidos por la experiencia y el talento de Tom Conti, Miki Manoljvic y María Casares, da lugar a un filme al mismo tiempo doloroso y llena de encanto, que se mueve con gran facilidad de transición entre el humor y el patetismo y que, por estas y otras razones, reconforta ver, ya que funciona mucho mejor que bien al hacer luz con lo sombrío y alguna que otra sombra con sus rincones luminosos.