La hora de Europa
Los jefes de Estado o de Gobierno de los Quince inauguran hoy en Turín la tan esperada Conferencia Intergubernamental (CIG). Para los europeos, mucho depende de lo que resulte de una conferencia que no empieza con los mejores auspicios. Lejos de ser conscientes de las gravísimas consecuencias que se derivarían de que se paralizara el proceso de integración, los pueblos lo miran más bien con recelo, mientras que los Gobiernos, ante el temor de un fracaso, han preferido aligerar la agenda de los temas más conflictivos, la revisión del Tratado de Maastricht tal como lo preveía este tratado -dejando al margen las cuestiones referidas a la unión monetaria- la ampliación al Este y la regulación de las finanzas a partir de 1999.La conferencia ha de centrarse en las reformas de unas instituciones concebidas para seis y que en el próximo milenio tendrán que operar con al menos dos docenas de miembros. Reforma institucional que no puede separarse del modelo de Unión que diseñemos para el futuro: así como el mercado único precisa de la unión monetaria, ésta arrastra consigo la necesidad de una mayor integración política, tal como está prevista con el desarrollo común de una política exterior y de defensa. La supremacía de lo político sobre lo económico es el salto cualitativo que tiene que dar la Unión para afianzarse definitivamente.
El eje Bonn-París, apoyado por una mayoría de países entre los que se encuentra España, propugna, junto con la unión monetaria, las necesarias reformas institucionales: la principal, un sistema de votación que corrija el actual principio de unanimidad, que otorga un derecho de veto a cada uno de los países miembros, con lo que no cuajan más que aquellos. acuerdos que representen el mínimo común denominador.
En el actual estadio y con un número creciente de Estados miembros este procedimiento supone la congelación de todo el proceso. El Reino Unido defiende en solitario la soberanía integral de cada Estado, lo que de hecho implica cerrar el proceso de integración en la fase actual. No parece probable que a la larga pueda durar un mercado único manteniendo cada Estado su propia política económica y monetaria.
La polémica actual referente a la prohibición comunitaria de importar carne de vacuno británica -acontecimiento que interesa a la opinión pública europea más que el inicio de la conferencia- aísla de nuevo al Reino Unido en una cuestión que por sus ímplicaciones sanitarias y económicas exige una respuesta de Bruselas tan responsable como generosa. La desregulación de la economía británica, que llevó a cabo con la mayor radicalidad la señora Thatcher, no sólo no ha traído la recuperación que se anunciaba, sino que, al dejar al mercado sin los controles sanitarios precisos, a la larga se paga un precio muy alto. Ojalá la desregulación de la aviación civil que se divisa en el horizonte, permitiendo al mercado que actúe con la mayor libertad, no traiga consigo en la próxima década una tasa alta de catástrofes aéreas.
Como el éxito de la CIG en buena, parte depende del Reino Unido, es posible que se prolongue hasta mayo de 1997, última fecha para que se celebren elecciones en ese país, con la expectativa de que un triunfo laborista facilite un compromiso que permita seguir avarizando en el proceso de integración.
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