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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Carne loca

LA ALARMA provocada por la posibilidad de que la enfermedad de las vacas locas se transmita a los seres humanos a través del consumo de carne, dando lugar a una dolencia neurológica de fatales consecuencias la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob-, es comprensible, pero hay que evitar que desemboque en pánico. Se trata de una enfermedad penosa y mortal detectada ya hace 70 años en humanos y que nunca ha afectado más que a un mínimo número de personas.En Nueva Guinea se conocen casos de una enfermedad similar en tribus caníbales que comían el cerebro de los enemigos. Recientemente se han detectado casos de transmisión hereditaria o de contagio por la implantación de ciertas sustancias procedentes de cadáveres, como fue el caso de la hormona del crecimiento antes de su desarrollo sintético. Lo que ha alarmado esta semana a los médicos es el descubrimiento, concretamente en el Reino Unido, de casos atípicos, caracterizados sobre todo por su aparición precoz y por darse especialmente en personas relacionadas con la ganadería. Parece lógico su poner que ha sido transmitida por las vacas a las personas, aunque no está probado.

Aún no se ha identificado el agente causante, pero está bastante claro que se trata de una enfermedad infecciosa de maduración muy lenta -los primeros síntomas pueden tardar hasta 30 años en aparecer- y desarrollo muy rápido una vez que se ha manifestado. El agente parece estar en unas proteínas infecciosas, hasta ahora no identificadas, similares a los virus lentos. Lo que parece haber sucedido en el Reino Unido es que una epidemia de la enfermedad en las vacas no fue detectada y no se tomaron por ello las medidas adecuadas para frenar su expansión y evitar el contagio.

Esto es a lo que se enfrenta ahora el Reino Unido. Las consecuencias no se han hecho esperar, y son, sin duda, dramáticas. Ya es un hecho el cierre prácticamente general del mercado extranjero a sus exportaciones y el descenso del consumo de carne en su mercado interior. Es lo que sucedió con la peste porcina y equina en España en épocas muy recientes, y la prohibición de la exportación fue aplicada, y correctamente, a rajatabla, aunque entonces no estaba en juego la vida del consumidor. Y no puede descartarse que resulte necesario acabar con toda la cabaña, posiblemente infectada. Los daños serán graves. Pero la economía británica no se hundirá por ello.

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Los científicos tienen ya los medios para diagnosticar la enfermedad en autopsias y creen conocer los tejidos que presentan mayor probabilidad (le contagio. Una actitud de prudencia rigurosa ahorraría muchos disgustos en el futuro al Reino Unido y, sobre todo, a los consumidores de carne de todo el mundo. Éstos tienen derecho a la seguridad, que ya les es negada frecuentemente por manipulaciones fraudulentas e incontroladas. Son, desde luego, los productores, quienes tienen que garantizar la calidad de su mercancía, pero los Gobiernos y la Comisión Europea tienen que extremar el control para poner coto a una enfermedad que está causando grave alarma social y puede acabar con todo un sector agropecuario, y no sólo en el Reino Unido, porque comienzan a surgir noticias sobre reses afectadas en otros países europeos.

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