La poliandria
La institución matrimonial y los ajuntamientos sexuales están cambiando tanto que hace un par de días, en The New York Times, William Safire, un prestigioso comentarista muy respetado en Estados Unidos, se decidía a proponer otras posibles formas de convivencia.La idea se la habría suscitado una reciente sentencia judicial en Hawai mediante la cual ha quedado establecido como una discriminación injusta negar el matrimonio a alguien en función de su sexo.
A partir de ahora, en Hawai es legal el matrimonio entre dos personas del mismo sexo, pero por extensión, según una cláusula de la Constitución norteamericana (full faith and credit), también es legal para cualquier norteamericano. De hecho, así como hace unos años las mujeres -sobre todo las mujeres- que pretendían obtener un divorcio rápido viajaban a Las Vegas y la sentencia disolutoria que allí lograban era acatada en cualquiera de los otros 49 miembros dé la Unión, ahora podrá ocurrir de igual manera con los matrimonios homosexuales.
¿Qué pasaría, sin embargo, dice Safire, si a otro juzgado de cualquier Estado federado se le ocurriera mañana legalizar, por ejemplo, la poliandria? ¿La poliandria? Safire habla de la poliandria y no de la poligamia a causa del fundado temor a la embestida feminista que le vendría encima en su nación. Pero la poliandria (una mujer casada con dos o más hombres) conllevaría, además -dice-, a partir de la situación norteamericana -con un 37% de familias sin un padre en casa, con el desbocado crecimiento de los divorcios o con la pérdida de valores atribuidos a la ausencia de autoridad-paterna-, ventajas sociales que merece la pena sopesar.
Tres son, a su juicio, las posibles aportaciones de la poliandria en Estados Unidos. La primera es, en su parecer, que con dos hombres en el hogar se reduciría a la mitad la probabilidad de que una mujer pasara la noche sola, tal como viene repitiéndose con mucha frecuencia ahora. Si un marido se fugara o fuera expulsado, quedaría otro no sólo para prestar una compañía de repuesto -acaso más entrañable aún-, sino para Contribuir, repartiéndose las tareas, a buscar un sustituto en las ofertas de periódicos o en bares de solteros, en gran ascenso.
Una segunda ventaja está relacionada con la presencia de un padre o dos que ofrecerían a los hijos modelos de comportamiento masculinos cada vez más escasos en la escena doméstica. Los beneficios de este rol son enfatizados una y otra vez por los sociólogos y psicólogos sociales de aquel país.
En cuanto al tercer factor positivo, pero no el último, William Safire se refiere a los provechos derivados de fortalecer la fidelidad conyugal a base de internalizar el triángulo. La decisión de vivir junto con el marido y el amante a la vez, además de acabar en un 50% con el adulterio, ha de reducir los costes de habitación, los de alimentación, desplazamiento y muchos otros, lo que no es desdeñable en tiempo de empobrecimiento en la clase media norteamericana.
De sobra la propuesta de Safire se tiene hoy por una boutade que provocará a ciertos grupos masculinos y, sin duda, a alguna rama escrupulosa del feminismo. El que esta propuesta se lance sin un aparato ideológico más acabado puede invitar a no tomarla en serio. Pero es hoy una broma menos desenfadada que pudiera serlo hace veinte años.
En las dos últimas décadas, el modelo de familia compuesto por un padre una madre y unos hijos ha dejado de ser el pilar en los países más industrial izados, y una vez, por tanto, que no hay paradigma, todo cabe en esa holgura. O, de otro modo: si esa columna, ya no llega al techo ¿qué importa la altura o la espesura que tenga?
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