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Tribuna
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Un ataque de sabiduría

El resultado, inesperado, de las últimas elecciones generales ha desatado sobre esta colectividad un no menos inesperado conjunto de bienes; si ya lo dice el refrán, año de nieves, año de bienes; hay que ver, la perspicacia popular.Me refiero a bienes de carácter moral, que son los que valen; el primero y más notorio es la incitación al arrepentimiento y la autohumillación; quién nos iba a decir que viviríamos este renacimiento cuaresmal; claro que, según lo que se oye, los ofensores han estado todos de un lado, de un partido, al que el sabio pueblo español ha castigado con un lucro cesante, una merma de victoria, un chasco; ahora, en el pecado llevan la penitencia, pues si no se visten de arpillera y se cubren la cabeza con ceniza no podrán disfrutar de su menguada victoria. Cierto que uno, durante el período precedente, creyó ver y oír ofensas en otros lugares del carrusel político, pero debió ser una alucinación. Aquí el único ofensor fue castigado en su soberbia, lo que dice mucho del sentido ético y aun bíblico del pueblo y sus intérpretes infalibles, aunque también cabe la melancólica consideración de que la razón del vencedor sólo es abrumadora cuando su victoria es aplastante; ganar y a la vez dejarse los pelos en la gatera es indicio inequívoco de alguna flaqueza moral que hay que sacudirse.

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Y así tenemos ya dos sabias verdades: que el pueblo premia a los buenos, pero con restricciones si no han sido buenísimos, y que éstos no tan buenos deben arrepentirse antes de entrar en el reino.

Otra muestra de sabiduría ha sido la de los incitadores de odios y división transformados en fautores de pacto y hermandad; donde decían que estaba el averno, ahora dicen que ni averno ni nada, que el anterior infierno ahora es jauja, que donde estaban el abismo y la desolación de la patria, ya todo es bálsamo consolador en el que hay que re volcarse; es admirable, en verdad, que los cabritos de ayer se hayan transformado en las ovejas de hoy, si se me permite esta metáfora zoológica y evangélica.

Y sobre todo, la sabiduría en el resultado, la sabiduría del pueblo, quiero decir; que ha brillado a pesar de las asechanzas del malo. Uno creía, en su ingenuidad, que el pueblo no hablaba, sino que cada uno de sus componentes votaba como le parecía, y el resultado, que nadie ha bía votado, no era expresión de un misterioso ente colectivo que ve, oye, y entiende; ahora resulta que no es así, que ese *ente existe, lo que no me sorprende, y que además es sabio, lo que es de mucho admirar, sobre todo si se tiene en cuenta que los mismos votos aportados, por ejemplo, con otro sistema electoral que no fuera el "proporcional corregido" hubiera dado un sesgo distinto a la expresión de esa sabiduría; de todos modos, me enorgullezco de pertenecer a un pueblo, sabio, lo que desconocía, sin ir más lejos, el pasado dos de marzo, cuando lo previsto era prueba de un pozo de ignorancia. Y más aún me enorgullezco de contar entre mis conciudadanos con tan finos auscultadores de tan luminosa sabiduría.

También había oído uno decir, desde el fin de la época oprobiosa, que a toda costa había que conseguir gobiernos estables y de mucha fortaleza parlamentaria, no fuera a ser que el viejo general se permitiera, desde la profundidad que cubre pesada losa granítica, reírse de los demócratas afanados en los cabildeos parlamentarios, expresión de congénita debilidad y desgobierno, y a tal fin se arbitraron hasta ingeniosos artilugios constitucionales, como el llamado votó de censura constructivo, importado, para más garantía, de Alemania. Ahora, en cambio, prevalece, entre los entusiastas del sistema, la preferencia por el trato, la finta y el regateo como expresión máxima del ideal democrático, de modo que el espíritu pactista se predica con encomiable espíritu de hermandad, como expresión de la más alta sabiduría democrática. Pero los hay más finos, que permanecen en la vieja doctrina antipactista, y el o no sería así, por su congénita endeblez, más que la alborada del próximo luminoso día (un par de años) en que volverán a anidar las golondrinas de antaño, que se van para volver en la plenitud de su absoluta majestad. Y esto es ya el colmo de la sabiduría de un pueblo sabio, y de sabiduría ambivalente. La sabiduría va, quizá, a dificultar y limitar la acción de gobierno renovadora, ésa que se espera de la alternancia, pero habrá más amor fraterno. De la corrupción, por ejemplo, nadie habla, quizá es que también ha desaparecido; la verdad, no nos merecíamos tanto; pero hemos sido nosotros mismos los que nos hemos premiado; con nuestra sabiduría.

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