Ira en la cuna de la revolución
Los iraníes, convencidos de que la reunión de Egipto está diseñada contra ellos
Manucher Kaven es un hombre humilde como la vieja casaca de soldado que le cubre la espalda. Hijo de campesinos, nunca fue a la escuela, pero como se a pasado gran parte de la vida abriendo y cerrando puertas a ayatolás y conversando con los estudiantes de la Faysía, la escuela teológica más prestigiosa de la secta shií, este arquetipo de los mostazafin, los desposeídos de Irán, ha asimilado lógicamente los principios básicos del moderno islam militante. "América e Israel quieren destruirnos", dijo recitando uno de ellos, "pero no lo conseguirán".El señor Kaven es el septuagenario portero de la Faysía, un antiguo edificio de ladrillo pálido por cuyas aulas, pasillos y patios silenciosos han desfilado generaciones de mulás. Su más insigne alumno y maestro fue el ayatolá Jomeini. Al señor Kaven se le humedecen los ojos cuando evoca la nublada mañana invernal de 1979, en la que el imam regresó del exilio en Francia directamente a la escuela de Qom, la ciudad sagrada y cuna de la revolución islámica. Desde el balcón del segundo piso de la escuela, Jomeini proclamó el triunfo de la revolución islámica, pero también pronosticó con acierto que sus enemigos no iban a descansar. "¡Muerte a América, muerte a Israel!", respondió ese día la multitud. Había nacido una de las estrofas más aguerridas y coreadas de la revolución. "Llevo las palabras del imam. en mi corazón", dijo Kaven tocándose de forma aparatosa el pecho, como si aún las pudiese oír.
Mientras reyes, presidentes, primeros ministros y altos funcionarios de alrededor de treinta países abren hoy, en el balneario egipcio de Sharm el Sheli, la cumbre antiterrorista, en Irán no cabe la menor duda de que, al término de la jornada organizada por Estados Unidos y secundada diligentemente por Israel y el Gobierno autónomo palestino, habrá un nuevo ataque verbal contra los herederos de Jomeini.
Teherán ya ha sido profusamente acusado de instigar la violencia y apoyar materialmente (con armas y entrenamiento) a los extremistas de Hamás, que se han adjudicado la responsabilidad de la cadena e atentados. en Israel que han costado más de sesenta muertos decenas de heridos.
Como ni los norteamericaos ni los israelíes han aportado pruebas, el cónclave es visto por Irán como un subterfugio propagandístico para tratar de intensificar el aislamiento del Gobierno del presidente Alí Akbar Hachemi Rafsanyani. Es una nueva conjura, proclaman los iraníes, y, al parecer, tienen sobradas razones para sospechar un compló. Nadie en república islámica olvida, por ejemplo, que Washington apoya firmemente a oposición y que recientemente ha reservado presupuesto especial de casi 20 millones de dólares (unos 2.500 millones de pesetas) para financiar operaciones secretas a fin de desestabilizar todo lo posible la revolución en Irán.
Hace dos días, el líder iraní rechazó categóricamente las acusaciones que vinculan a Irán con el terrorismo, y condenó ese fenómeno en todas sus formas. También ha negado que Teherán intente sabotear el proceso de paz en Oriente Próximo. Y cuando afirmó que Irán no abandonará su apoyo moral a Hamás porque lucha por zafarse del yugo de la ocupación israelí, no hizo sino reflejar el sentimiento de la mayoría de los iraníes.
"La lucha de los palestinos es justa, y como musulmanes debemos apoyarla", decía ayer en una calle de Qom Javad Alí Zadeh, un joven estudiante de teología que se apresuraba a acudir a la oración del mediodía en el imponente santuario dedicado a Fátima, la hija del séptimo imam y hermana del imam Reza, muerta en el año 816. Mirando su reloj, agregó: "Los norteamericanos y los judíos creen que tienen la solución para Oriente Próximo. Se equivocan. Su plan es liquidar los derechos de los palestinos y de los musulmanes en el mundo entero". El estudiante pidió excusas y se perdió luego en el tumulto de rostros barbudos, turbantes y chadores negros en su versión más rigurosa.
En una calle adyacente, un locuaz clérigo libanés cuyo turbante negro le otorga discretamente la autoridad de un ayatolá en ciernes, reflexionaba acerca de la política de doble rasero que utiliza a menudo Occidente cuando juzga atrociades. "En mi país también hay terrorismo", dijo Mahmud Musawi. "Lo cometen los israelíes cuando bombardean nuestras aldeas en el sur o cuando secuestran a nuestra gente", agregó refiriéndose a los episodios de lo que puede describirse como la guerra silenciosa en Oriente Próximo. Musawi, que es miembro del mismo clan shií de la aldea de Nabi Chit, en el valle de la Bekaa, al que pertenecen preeminentes figuras del Hezbolá libanés, se preguntó si algún día los norteamericanos pedirían explicaciones a Israel por su actividad en Líbano. "Claro que no", dijo. "EE UU y los judíos sólo están interesados en difamar a los musulmanes. Nos llaman terroristas, pero los verdaderos terroristas son ellos, y mañana los veremos sentados en Sharm el Sheij sin que nadie les pida cuentas o les imponga un castigo. La reunión ésa es una mentira, una gran mentira, pero algún día la verdad triunfará", afirmó.
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