2. La ocultación del saber
La España ilustrada de la segunda mitad del siglo XVIII, la obra imprescindible de Jean Sarrailh, expone de forma pormenorizada los recursos de astucia desplegados por los científicos y pensadores españoles de la época para insinuar la validez del descubrimiento de Copérnico sin referirse explícitamente a él y atizar así las iras -o, peor aún, las piras- de los jueces del Santo Oficio. Esta vieja tradición hispana del saber oculto no murió como creen muchos con el fin de la Inquisición ni, salvando de un vuelo más de siglo y medio, con el exit de Franco. Subsiste disfrazada, con caracteres menos dramáticos, en numerosos departamentos de humanidades en los que la clerecía que los ocupa se aferra a conocimientos y métodos ya estériles y ve con alarma, como una potencial amenaza, cualquier innovación exterior.
Los estudiantes e investigadores jóvenes y curiosos, con ideas personales y al corriente de cuanto acaece fuera, se ven forzados, según me consta por aseveración oral o escrita de los interesados, a disimular lo que saben, so pena de ganarse un previsible suspenso. Si ayer había que memorizar las súmulas de Santo Tomás de Aquino y cubrir con su espeso manto las lecturas de Spinoza o Descartes, hoy los autores y doctrinas condenados a la inexistencia son distintos pero la situación es idéntica. El horror a pensar fuera de los cauces establecidos conduce a la resignación y parálisis intelectual de muchos y a la conjura de silencio en torno a las escasísimas voces críticas que osan alzarse en el campo de las diversas especialidades de la filología e historia literaria patrimonio de los mandarines.
Me permitiré reproducir el testimonio anónimo de una de las víctimas de esta situación de prepotencia y censura que, por sus efectos en las actuales generaciones de universitarios sometidos a un régimen de restricción mental y de saber tullido, podría ser calificada sin exageración de nueva forma de calamidad pública:
"Todavía continúa siendo tristemente habitual en el ámbito universitario español la ocultación o no desenvolvimiento de ideas propias, más o menos críticas respecto a las de quienes son los guardias y jueces en el cruce de fronteras llamado entre nosotros oposiciones, paso necesario para llegar a ser funcionario, esto es, profesor titular o catedrático, y gozar de una privilegiada posición de relativa independencia. Hasta entonces, se hacen méritos en calidad de profesores contratados [en la actualidad se denominan Asociados y Ayudantes] en condiciones de auténtica miseria ec nómica [el sueldo mensual de un profesor asociado a tiempo parcial es de 40.000 o de 78.000 ptas] e intelectual [a la sombra del cátedra o mandarín de turno, esperando se digne sacar a concurso-oposición tu plaza, sin apenas opción a ayudas y becas de investigación]. En ese atolladero, resulta en extremo contraproducente y arriesgada la exposición y publicación de ideas originales y críticas. Los puestos de poder y responsabilidad siguen ocupados en gran parte por personas y personajes en su mayoría ineptos o maleables". El desconocimiento y menosprecio de muchas obras "molestas" de nuestra tradición, unidos al de cuanto se produjo o produce fuera, generan por desgracia una mediocridad satisfecha alrededor de los caciques encastillados en la fortaleza, a veces ruinosa, de su especialidad. En otra ocasión señalé en estas mismas páginas el elocuente silencio de los regidores del saber en tomo a obras de la enjundia de Silva gongorina, de Andrés Sánchez Robayna, o El concepto cultural alfonsí, de Francisco Márquez Villanueva. A estos ejemplos habría que añadir, por citar sólo uno, el de la confabulación -no encuentro otra palabra más justa- urdida para escamotear la renovadora y fecunda Historia y mito de la gramática transformatoria de Manuel Crespillo, cuyo posterior ensayo polémico, Teoría del comentario de textos, suscitó una serie de dicterios e infundios sotto voce que en tiempos menos dichosos hubieran conducido a su autor a las mazmorras del Santo Oficio. Podría citar algunos otros nombres y libros sancionados, mas detendré mi letanía aquí.
¿Qué diría un Sarrailh redivivo ante un panorama de tanta frustración y angostura? La enseñanza literaria desmedra en España en predios de saber acotado y a menudo caduco, como en un triste sequedal de iniciativas e ideas, y la cicatería del presupuesto destinado a las universidades completa la castradora labor. Lo tenido por bueno es viejo y se sepulta lo vivo en nuevos infiernos a acumular rencorosamente el polvo. Los efectos de treinta y cinco años de franquismo subsisten así dos décadas después de la muerte del dictador: las estructuras patrimoniales no han cambiado y, en términos generales, los dueños de prebendas y parcelillas de poder tampoco.
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