46º FESTIVAL DE BERLÍN.
Risas y abucheos al anunciarse algunos de los premios de la Berlinale
Como suele suceder casi todos los años, hubo controversia en los premios de la Berlinale 96. La discusión no giró en torno al Oso de Oro concedido a Sentido y sensibilidad, del director Ang Lee, escrito y protagonizado por Emma Thompson, sino por la evidente marginación de Pena de muerte, de Tim Robbins, que partía como principal favorita. El polémico alegato sobre la pena, capital se tuvo que conformar con un Oso de Plata al meior actor, otorgado a Sean Penn. La extraordinaria actuación de Susan Sarandon en el mismo filme fue ignorada a favor de la novata Anouk Gringberg, que se alzó ganadora del Oso de Plata a la mejor actriz, entre gritos y abucheos.
'Sentido y sensibilidad' gana el Oso de Oro
ENVIADO ESPECIAL Optaba con justicia al Oso de Oro, y se lo llevó, la magnífica película británica Sentido y sensibilidad, dirigida por el chino Ang Lee y escrita e interpretada por Emma Thompson. Pero la sorpresa o el estupor -que no lo es tanto, pues era previsible y así lo anunciamos ayer en estas. páginas- saltó durante la lectura de los restantes premios de esta, por muchas razones lamentable, Berlinale 96.
Por ningún lado, salvo cuando Sean Penn fue nombrado como mejor actor, se oyó el título Pena de muerte, dirigida por Tim Robbins, que ha creado una de las rarísimas unanimidades que se recuerdan en un festíval de cine, donde casi siempre, reina la disparidad de criterios. En cambio, sonaron los títulos de ridiculeces del calibre de la película italiana Vidas destrozadas y la alemana Noche silenciosa, ambas recibidas con abucheos.Abucheos y risotadas
Estos abucheos se adornaron con risotadas de choteo cuando sonó el nombre de la joven, y por la pinta bastante inexperta, actriz francesa Anouk Gringberg donde el millar largo de periodistas que asistían a la conferencia de prensa final esperaban oír el de Susan Sarandon. La lectura del resto de los premios, cortada por las tibias palmaditas de los conformes de siempre, fue un incómodo silencio.
El olvido del jurado internacional al testimonio, realizado en forma de ficción por el estadounidense Tim Robbins, de Pena de muerte, es tan grueso que, aunque no lo sea, parece un cálculo de provocación o de prurito de jugar a la contra. Lo que no se entiende es el sentido de esa forma de dar la nota, su para qué, si es que lo tiene y no es consecuencia de la simple arbitrariedad o de la incompetencia.
Tan es así que, en los debates del jurado del Premio de la Crítica Internacional, esta película -según filtraciones de dos componentes de ese jurado, que se sintieron necesitados de aclarar por qué habían optado por el filme chino El sol en la espalda y no por Pena de muerte- fue apartada de antemano de la discusión, pues la Federación Internacional de Críticos de Cine tiene como norma premiar a películas distintas de la ganadora oficial y no se les pasó por la cabeza la posibilidad de que Pena de muerte fuera ignorada o discriminada.
El jurado de la Berlinale 96 fue presidido por el actor y director ruso Nikita Mijalkov, director de la conocida Ojos negros, y lo formaban las siguientes personas: Gila Almagor (Israel), Vincenzo Cerami (Italia), Joan Chen (EE UU), Ann Hui (Hong Kong), Peter Lilienthal (Alemania), Jürgen Prochnow (Alemania), Claude Rich (Francia), Fay WeIdon (Reino Unido),Catherine Wyller (EE UU) y Christian Zeender (Suiza). De los trece premios repartidos anoche en en el Festival de Cine de Berlín por estas personas, casi la mitad, seis, no se sostienen, son un disparate mayúsculo tanto si se busca (y no hay manera de encontrar) lo que sus autores aportan al espectáculo visual como si se hila un poco más fino y se hurga en su aportación al desarrollo del lenguaje cinematográfico, que no sólo es nula sino que en ocasiones hay que situar bajo mínimos.
Por ejemplo, otorgar el premio Alfred Bauer, que quiere distinguir al cine como forma de conocimiento, a Vidas destrozadas, que es un destrozo perpetrado por el italiano Ricky Tognazzi, es un caso de ceguera, que si se añade a la mención especial destinada a la alemana Noche silenciosa, adquiere el aroma a podrido de un intercambio o cambalache de intereses. Naturalmente, que en el jurado haya un miembro italiano y dos alemanes comienza, aunque no lo sea, a no parecer a nadie ajeno a este doblete de esperpentos.
Que la muy interesante, pero desequilibrada por la media hora o más que le sobra de duración, La belleza de las cosas, película sueca dirigida por Bo Wiberberg gane el Premio el Ángel Azul, que otorga la Academia Europea del Cine, es algo que se entiende, pero que además este filme obtenga también el Premio Especial del Jurado, dejando, fuera de la lista a Pena de muerte, sólo se entiende si el jurado ha ido a posta a eliminar esta última película. ¿Por qué y para qué? Y le ponen al comentarista en bandeja concluir que el restablecimiento de la pena de muerte, que se está abriendo paso en Occidente de forma absolutamente alarmante, es algo que se ha entrometido en este negocio y se ha salido con la suya.Voces y votos
Que se premie como mejor director al buen cineasta chino responsable de El sol a la espalda se entiende a medias; pero que, se pongan a su lado los nombres del director británico de Ricardo III, responsable del estrepitosamente malo final de esta película; y del taiwanés Edward Yang, que echa a perder a causa de su inexperiencia el excelente guión de Mahjong, no se entiende, a no ser que volvamos a la lista de jurados y busquemos en ella voces y votos británicos y chinos: los hay. Como hay voz y voto francés y en la lista de premios descubrimos que Anouk Gringberg, protagonista de la monumental cursilada Mi hombre, se llevó a casa un Oso de Plata tal vez por su bonito culo, que es el único talento indiscutible que deja ver en su esforzado personaje de esquinera parisiense.
La 'nikitada'
ENVIADO ESPECIAL Cuando, hace unos cuantos, el Festival de Cannes cumplió 40 años, el difunto Yves Montand fue nombrado presidente del jurado y desde algunas grietas de su poltrona se filtró que tenía como embolado el encargo de que una película francesa, que hacía tiempo no encabezaba el célebre palmarés, se llevase esta vez la Palma de Oro. A falta de otra, la obra más insincera del buen cineasta que es Maurice Pialat Bajo el sol de Satán fue la beneficiada por aquel amaño, que provocó la más sonora algarada de burlas y protestas que se recuerdan en un festival reciente. La jerga festivalera bautizó aquella falsa la pialatada.
Ayer comenzó a sonar aquí otro nombre bautismal de esta especie, la nikitada, pues lo que se filtró durante los últimos días -hay jurados parlanchines, que cuentan muchas cosas que nadie les pregunta- ayer se cumplió al pie de la letra. Se contaba: "Nikita Mijalkov, además de ser presidente del jurado y de no tragar Pena de muerte está de uñas contra los periodistas, que defienden en bloque esa película y atacan casi con igual unanimidad a la programación de esta Berlinale por su amigo Moritz de Habelm".
Que Nikita Mijalkov saliese anoche a la palestra y dijese con tono un poco ofendido: "Las películas presentadas aquí estos días son las que se han visto en un festival y los no premiados pueden sentirse orgullosos por el hecho de haber sido seleccionados", es una trola que se entiende como capote a un amigo. Pero no hay que olvidar que cuando Mijalkov hizo el mismo papel en San Sebastián hace unos años, soltó casi idéntica perorata en defensa del entonces director del festival donostiarra Rudy Barnet, y sin embargo éste fue cesado al poco tiempo a causa de su manifiesta incompetencia.
Conclusión: el buen amigo de sus amigos que es Mijalkov, cosa que le honra como persona, es un mal analista de cine, lo que le deshonra como profesional del oficio de ver y valorar películas ajenas.
Y si el término pialatada es sinónimo de golpe de mano de los intereses de la organización de un festival sobre las decisiones de un jurado dócil, el de nikitada puede cundir como una variante dulce del síndrome de Estocolmo: defensa agradecida de un jurado a la deficiente programación de un festival que secuestra su buen gusto y su ecuanimidad.
No resulta creíble atribuir a hipocresía la descabellada alabanza de Mijalkov a la programación de la Berlinale, pues tiene aspecto de hombre directo y sincero. Pero si ayer habló sinceramente, hay que concluir que no sabe de qué habla, paradoja muy frecuente cuando un director de películas se mete a crítico de cine.
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