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"No creo en los experimentos de fusion", afirma el pianista de jazz Tete Montoliú

El instrumentista catalán celebrará con un recital sus bodas de oro musicales

No se sabe a ciencia cierta de cuándo data la relación de Tete Montoliú (Barcelona, 29 de marzo de 1938) con el jazz. Lo más probable es que se trate de un antojo de nacimiento, pero la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE) ha sido prudente y ha fijado en 50 años la duración de este intenso romance. Será el 9 de marzo cuando se celebren las resplandecientes bodas de oro del pianista catalán, que dice no creer "en absoluto" en los experimentos de fusión, sino en la fidelidad al carácter afroamericano del jazz. El concierto se celebrará en el teatro Monumental de Madrid.

Atrás quedan el reconocimiento unánime, casi cien discos grabados y multitud de conciertos celebrados en locales tan íntimos como el Café Central y tan intimidatorios como el estadio de Berkeley. En el del teatro Monumental estará acompañado por cuatro espléndidos jazzmen: Tom Harrell (trompeta y fliscorno), Gary Bartz (saxo alto), Pierre Boussaguet (contrabajo), y Alvin Queen (batería).En 1946, Vicens Montoliú i Massana, ciego. de nacimiento, era apenas un infante de pantalón corto, fascinado por los discos de la colección materna, que se matriculaba por primera vez en el Conservatorio Superior de Barcelona. Ese año se cumplían nueve desde que sus manos se habían hecho visitantes asiduas del teclado familiar, y pudo acceder directamente al tercer curso de piano y al cuarto de solfeo. Eran tiempos de posguerra y la disyuntiva era clara: "O me hacía músico o me dedicaba a vender cupones", recuerda, "tuve la inmensa suerte de que se me diera bien el piano".

Junto a su habilidad instrumental, Montoliú alineaba otras virtudes muy útiles, entre ellas, la audacia. "El 18 de marzo de 1952 di un concierto con otros tres compañeros en un local llamado La Casa del Médico. Nos llamábamos Cuarteto Bebop y tocábamos arreglos de piezas de Duke Ellington, Stan Kenton y otras grandes orquestas. Fue un atrevimiento, una auténtica demostración de cara dura. Hoy no lo haría, pero entonces resultó bonito", dice.

Cuatro años más tarde se topó con un inesperado admirador: "En 1956, el célebre vibrafonista Lionel Hampton dijo la mentira de su vida en los periódicos cuando aseguró, tras escucharme en una jam session privada, que yo era el mejor pianista de Europa", y añade: "De la noche a la mañana pasé de ser un vulgar intérprete de cha cha cha a un brillante solista de jazz".

Bastante más curtido y seguro de sus posibilidades se encontraba 11 años después, cuando debutó a piano solo en Nueva York: "Para mí fue algo muy gordo. Me dolía el estómago de responsabilidad y agradezco que no me dijeran que entre la audiencia se encontraba la flor y nata de la comunidad jazzística, gente como Milt Jackson y Charlie Mingus. Si llegan a advertírmelo, dudo de que hubiera podido tocar, afirma.Ya entonces su dialecto preferido era el be bop, pórtico de la era moderna del jazz: "Pensaba en la orquesta de Glenn Miller como sinónimo de swing y ni siquiera me gustaba Louis Armstrong, pero cuando escuché por primera vez a Charlie Parker llamé entusiasmado a Radio Barcelona para decirles que ésa era la música que me gustaba. Yo tenía entonces 13 años".

La fidelidad de Montoliú al modelo bopper le empuja a cuestionar ciertos intentos de unir el jazz con el flamenco y otros géneros: "No creo en absoluto en los experimentos de fusión. El jazz es música afroamericana, y el músico que quiera tocarlo debe ajustarse a este carácter. Los experimentos de este tipo denotan que el instrumentista en cuestión sabe bastante poco de jazz", aclara. "Tampoco entiendo por qué surgen tan pocos buenos músicos de jazz; en España. Estamos en un país eminentemente rítmico: Andalucía rezuma ritmo, y la sardana es una danza rítmica, pero los músicos de aquí deben de tener el ritmo en la suela de los zapatos".

Para acabar, una recomendación: "Para ser un buen pianista de jazz; hay que poseer técnica, frescura, espontaneidad y honradez. Conocer el instrumento a fondo y, sobre todo, no tomárselo demasiado en serio. De las cosas elaboradas sólo me gusta la paella".

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