Una película deslumbradora
UndergroundEste vuelo metafórico de Dusan Kovacevic y Emir Kusturica deslumbró hace un año en Cannes, donde ganó la Palma de Oro. Deslumbraron la audacia del primero al construir un relato de difícil encasillamiento, por su armazón sin precedentes; y la desenvoltura con que Kusturica hace discurrir su enrevesada (pero diáfana) secuencia, creada por un inventor de imágenes ingenioso y fertil, que ya domina su inclinación al desmelenamiento visual. Pero si entusiasmó a unos, fue calumniada por otros.Se le acusó de retórica y sonó la, palabra con esa sombra peyorativa que suele acompañarla cuando procede de entendederas que tienden a refugiar sus limitaciones en la canonización (seguida de demonización de lo opuesto) del vuelo formal comedido y de corto alcance. Pero, en la pantalla de Underground, esa supuesta retórica debe verse -como toda composición de una tragedia, de un gran guiñol o de una combinación de una y otro, que es el caso de este filme- acompañada por la luz de la gran tacada verbal y visual o de los crescendos rítmicos torrenciales.
Dirección: Emir Kusturica
Guión: Dusan Kovacevic y Kusturica. Intérpretes: Miki Manojlovic, Lazar Ristovski, Slavo Stimac. Producción: Unión Europea, 1995. Estreno en Madrid: Tívoli, Acteón, Alphaville (V. O.).
Y no es ésa la peor pedrada contra el filme, debatible como todos los buenos, pero libre donde los haya. Lo peor es el anatema eclesial -lanzado por paisanos de Kusturica y unos escritores franceses que van de inconformistas y se apuntan a cantar gorigoris- que ha caído sobre ella de proserbia, lo que es una sesgada inversión del hecho, muy distinto, de que no es antiserbia.
Antigenocidio
Si algún anti hay en Underground es antigenocidio en forma de antinazismo, antiestalinismo, antititismo y, sobre todo, antinacionalismo, sea este de la parte de Yugoeslavia que sea. El vigoroso enfoque antinacionalista del filme es elección libre de sus creadores y su legítima manera de combatir lo que desprecian. Dejando a salvo una distancia grande, tienen los autores de esta metáfora la valentía que, todavía calientes los cadáveres del genocidio hifieriano, tuvo Roberto Rosellini en Germania, anno cero -y los monaguillos de Stalin tildaron de claudicador a aquel intachable poeta antifascista- de hacer una película no antialemana, sino un genial documento trágico sobre el dolor de (en sustantivo) los hombres (en adjetivo) alemanes.Kusturica canta con desgarro y sinceridad la muerte de algo que! amó y que vio desmoronarse: el sueño, hecho pesadilla, de la Yugoeslavia interracial e interilacional nacida en 1919, que tras la invasión nazi y la posterior toma de su destino por el estalinismo y el titismo, quedó fatalinente sembrada de muerte. La rodó en Belgrado porque sólo allí había medios para hacerlo. Y no parece justo negar el pan y la sal a un cineasta bosnio que llena los títulos de crédito de este filme con los mismos nombres, serbios y no serbios, que llenaron las películas que hizo en otras ciudades de la ex Yugoeslavia, cuando allí no se mataba a nadie por ser de tal sitio o tener tal creencia.
Es su manera de convocar un sueño que derivó en pesadilla íntima, suya, y que ahora somete con sarcasmo y dolor a la mirada ajena. Kusturica es un bosnio libre que no es antiserbio; como Rossellini fue un italiano antinazi que no era antialemán. Lo que algunos le reprochan en el fondo, sin percatarse o quién sabe si dándose perfecta cuenta de ello, es no ser anti ningún pueblo y sentir nostálgia de la armonía internacional en que nació y creció. Si se mira la pantalla con los ojos al aire libre, sin ponerse gafas ideológicas con prejuicios en vez de dioptrías, no hay otra manera de entender el caudal de libertad que se mueve dentro de Underground. Es una obra que -dijo Peter Handke- "está destinada a prevalecer", porque su endiablado ritmo, su desbordante ingenio visual, su refinarniento formal y, sobre todo, el acuerdo de quienes (serbios no antibosnios, bosnios no antiserbios y gitanos errantes antinadie) la crearon, permite entrever que no ha sido construida con caducidades, sino con la materia, resistente a la erosión, de que está hecho el talento.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.