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Zoocofilia y menoreo

En el atardecer de la inauguración de ARCO 96, Madrid estuvo a punto (verde, rojo: pimiento de la suerte) de desplazarse a Tánger e incluso más abajo por mor de un viento huracanado. Las banderas se desasían de sus mástiles, los árboles de sus raíces y las bufandas de sus cuellos maoístas. Entre las alambradas de los aparcamientos del recinto ferial, cartones y hasta objetos más pesados (no daré nombres) se volvían de pronto verticales, incongruentes, mágicos. Y los asustadizos visitantes corrían en zigzag hacia el sanctasantórum de las artes, donde la animación de lo inanimado (¡estos tiempos!) pudiera darles alas de aplomo: "Pues mira, si me los vendieran con sus peanas, yo me llevaba, tan contenta, a casa esos floreros de Rehberger". Tuerce el morro el esposo: "Déjate de moderneces, Susana. Lo que tenemos que comprar es un dibujito de Julio González, que ya se ven tantísimos como cuadros de Torres García" *Una vez instalados en el decir sincero, lo mejor es buscarse una ocurrencia que tenga las virtudes y los modales del hisopo sintético. Porque, más tarde o más temprano, la pregunta explosiva ha de darte en el clavo de la oreja: "¿Qué te parece este año?". Y esa ansiedad, tan noble; hay que saber colmarla con naturalidad y prontitud, como si el parecer, en efecto, dependiese del calendario. Dispuestos, pues, a depender de todo, observaremos que este año abunda la animalada poética. Hay monos (Teodoro Sabandono, Santi Moix), caballos (Esperanza Asensi), perros (Ray Smith, Enric Balanzà, Carlos Quintana), conejos (Barry Flanagan), cabras trepadoras (Rolando Campos), caballos antidisturbios (Equipo Crónica), gatos (Catherine McCarthy), peces (Arturo Duclós), ovejas negras (Del Brito), palomas (Mäkilä), ángeles pornográficos (Luke Roberts), águilas rojas (Luis Macías) y, de la mano de Paula Solares, vacas, gallinas, cerdos y camellos. La oca de Edu López, el pájaro refinado de Joan Miró y los pajarracos de Corneille no agotan el entrañable tema. Sicilia da cobijo al tierno bicherío (escarabajos, mariposas), mientras Per Barclay se contenta con contemplar la carne fresca, colgada, en la frialdad del matadero. En la galería Moriarty una mosca es contemplada por un esqueleto con botas.

Este singular roce con los animalitos da mucho que pensar. Vuelve el tema a acoger lo comprensible, por encima de estilos y tendencias. Y el personal se alegra de no tener que preguntar: "¿Qué significa eso?". Eso es un rinoceronte, aquello un buey y lo de más allá una jirafa. Así da gusto. Pero no falta el joven que se aproxima para que le respondas a una encuesta: "¿Prefiere usted la naturaleza viva o la naturaleza muerta?". Bendito sea un poeta mexicano, Marco Antonio Montes de Oca, que resolvió el conflicto de un bocado y nos dio masticada la respuesta: "A la manzana le brota un halo/ Pero mejor pruebo el gusano/ Limpio sano esbelto/ Contaminante y no contaminado:/ Lo único podrido/ Es la manzana".

A fuerza de rumiar, ARCO 96 va perfilándose como un zoco internacional del arte donde, amén de tambores (Rebeca Horn, Peter Howson, Buñuel), tiene también cabida la zoofilia. Incluso los humanos juegan a ella, como esa parejita escultórica que no para de fornicar y que tanto éxito está teniendo entre los visitantes de reojo; no por el simple hecho de estarlo haciendo, sino por hacérselo en plan bestial o, como decían los antiguos misioneros, "en posición moruna".

No sigamos, que hay niños. Porque en ARCO 96 se ven muchísimos niños. Niños llevados de la mano de sus progenitores, asombrados de que haya seres que pueden hacer lo que les da la real gana y dispuestos a comprender, de paso, que una instalación (cortinas, paraguas, ceniceros, jaulas, bolsas de basura) es lo más parecido a su propia casa. Y miran, ruborosos, a las niñas de Balthus. Y lo del menoreo se va expandiendo por el recinto, a tono con las cosas que luego pasan. Ellos, que encienden el televisor a altas horas de la madrugada, mientras sus padres piensan que están dormidos, son los más expeditivos a la hora de responder al joven encuestador que, a la salida, se amolda a preguntarles:

"¿Qué te ha parecido?". Fingen dolor, tensan las manos y enseguida escupen la frase decisiva de este momento histórico: "¡No siente las piernas!"

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