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Burundi, a la espera de la gran matanza

VICENÇ FISAS El autor indica que las organizaciones humanitarias advierten desde hace un año del riesgo de una masacre de magnitud comparable o superior a la que se produjo en Ruanda

Desde hace un año, las organizaciones humanitarias y de derechos humanos advierten del riesgo de una matanza generalizada en Burundi, y de una magnitud comparable o superior a la que se produjo en Ruanda. La gran matanza aún no se ha producido, pero es a costa de mantener un ritmo de 1.000 asesinatos mensuales en este pequeño país africano, que tiene una población similar a la de Cataluña.En las últimas semanas, todos los indicadores están en alerta roja. Se han consolidado el terror en el conjunto del país y el enfrentamiento entre el Ejército tutsi y los grupos radicales hutus; continúa la limpieza étnica en la capital y los desplazamientos periódicos de miles de personas hacia las colinas de sus alrededores; proliferan los ataques contra el personal y los convoyes de las organizaciones humanitarias, hasta el punto de que muchas de estas organizaciones han tenido que retirarse del país; cada vez con mayor frecuencia se producen grandes masacres del Ejército, en las que mueren centenares de personas en cada una de ellas, y la impunidad de los autores de las matanzas es absoluta, tanto en las filas del Ejército como de los. seguidores del ex ministro del Interior Léonard Nyagoma.

Los ataques son, con frecuencia, muy selectivos, y en estos momentos hay tres grupos especialmente vulnerables: los estudiantes y profesores universitarios, los religiosos y los altos cargos hutus; esto es, la intelligentsia hutu que podría hacer sombra a los tutsis dominantes.

Amnistía Internacional y otros grupos de derechos humanos han tenido que mostrarse activos en los últimos meses, advirtiendo de la extrema gravedad de la situación Y denunciando la existencia de una estrategia genocida muy similar a la practicada en Ruanda. A pesar de ello, desde el exterior continuamos sin saber qué hacer, manteniéndonos a la espera de acontecimientos peores, quizá con la cínica y falsa tranquilidad de pensar que siempre nos cabe el recurso final de enviar ayuda humanitaria para los supervivientes. Pero no se trata de eso. El relator de la ONU sobre derechos humanos ha señalado recientemente que la degradación de este país es debida tanto a los innegables problemas de política interior como a la pasividad y a la lentitud manifestadas por la comunidad internacional, incapaz de ayudar a las fuerzas políticas democráticas, moderadas o simplemente no extremistas, de Burundi. El pasado día 5, el Consejo de Seguridad se limitó a lamentar y condenar, pero tampoco ha autorizado a enviar los cascos azules africanos que había pedido Butros-Gali.

Las demandas que realizan las organizaciones humanitarias y de derechos humanos para frenar esta espiral de odio y destrucción en Burundi son siempre las mismas, y muy claras: poner en cintura al Ejército burundés, acabar con la impunidad de los responsables de los homicidios políticos, identificar y detener a los instigadores de las matanzas, conceder recursos y competencias a la comisión internacional que investiga el golpe de Estado de octubre de 1993 y las masacres posteriores, reforzar el sistema judicial con magistrados procedentes de otros países africanos, ampliar a Burundi las competencias del Tribunal Internacional Penal creado en Ruanda, cerrar a cal y canto las emisoras radiofónicas que fomentan el odio étnico, impedir cualquier transferencia de armas a la región, proteger a las personas refugiadas y desplazadas, forzar la celebración de la Conferencia le la Región de los Grandes Lagos, apoyar a los grupos políticos y a Ias ONG locales que trabajan para la reconciliación, condicionar la ayuda económica al cumplimiento de acuerdos, y un largo etcétera.

El mundo estuvo ciego, mudo y paralizado ante la preparación del genocidio ruandés, y durante varios años tuvo una actitud similar ante la catástrofe de Bosnia.

En el primer caso, la ayuda humanitaria sirvió para tranquilizar momentáneamente nuestras conciencias, pero no para resolver el problema de fondo, que aún pervive y sigue creando sufrimiento.

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En el segundo caso, aprendimos muy tarde la lección de que sin presión política no hay tampoco solución política. Frente a lo que se avecina en Burundi, y a pesar de la lejanía, es una gran irresponsabilidad de dejar que los acontecimientos sigan su curso, porque su dinámica está ahora en manos de un grupo reducido de gente que está dispuesta a masacrar a todo el pueblo burundés para mantener su dominio o para conquistarlo. Si, por no atender las demandas antes mencionadas, Burundi finalmente explota y sumamos este fracaso a los anteriores, convendría que nos sentáramos un largo rato para reflexionar sobre lo que nos depara el futuro, porque con la pasividad y la incompetencia del presente estamos forjando, aunque sea sin darnos cuenta, un mañana dominado por la semilla del odio y las ambiciones de amantes del genocidio.

Vicenç Fisas es investigador sobre conflictos del Centro de la Unesco de Cataluña.

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