Con la mosca delante de la oreja
Se pone un título como se pone un mote: por distinguir el ruido de la nuez. Aunque luego nunca se sepa qué hacer con se mejante distinción. Y entonces sólo cabe consolarse así: "A fin de cuentas, siempre se escribe para paranoicos voraces". (Excluido usted, ¡faltaría más! El problema es que hay más, y nada más un título). En cual quier caso, para romper el hielo confidencial del paréntesis, uno se cree obligado a ciertas advertencias, invernales. Por ejemplo, el título no va por Barrionuevo ni, consecuentemente, por Martín Villa, a los que acabarán dándoles otra cena al alimón, la penúltima, en una mesa presidida por una gran fotografía de Yoyes. Tampoco va por esos otros muchos que aguardan, frotándose las manos y hasta cosas peores, que de la lista al completo del puticlub sureño salga no ya un conejo o el apellido Cascos, éste impensable, sino el reparto para el estrenó, en la noche del 3 de marzo, de un sainete inédito de Arniches: La lista del rebote. (Facilidad, ¡cuántos crímenes se han cometido en tu nombre!). Pero no me resulta nada fácil señalar el rebote que se ha cogido Ramón Barce, al que siempre he tenido por hombre serio, porque su, al parecer , prometida medalla de oro de Bellas Artes haya ido a parar (como si ella parara, , parará, pachín) al, domicilio de Rocío Jurado. Tampoco, sin embargo, va el título por Barce. El consejo, sí. Que se disfrace de El Fary y acuda al Ministerio de Cultura a cantar lo que en Cancún se canta en estos casos: "Carmen, se me perdió la medallita, / Carmen, que no me regalaste,/ Carmen, pero me queda tu retrato, Carmen, / y voy a perforarte, Carmen". Al viento, un lugar nada malo comparado con lo restante, van aquí las palabras dadas sin que nadie las pida. Pero dicen que es bueno desahogarse frente a quien sólo da de sí cuando ahorra. Y ya. Hora es de confesar en püblico que de la mosca nada sé en cuanto se separa del naranjo. Y algo tendría que saber, por el sencillo hecho de ser un epiléptico lector de los, libros de Augusto Monterroso. (Epiléptico como la santa, que ahora ya se entiende por qué, los melancólicos la sacaban de quicio.) Quédese, pues, en una de mosqueo. Pero la oreja viene aquí a cuento porque una amiga mía acaba de llegar de la India. Yo esperaba de sus labios un relato exótico, repleto de detalles vivenciales y a camello de naturales fantasías. Nada de eso. Me lo ha dicho de entrada, sin andarse, cual otros, con rodeos.: "Pues, hijo, ¿qué quieres que te diga? Lo que más me ha impresionado de allí es la importancia que le dan, ¡fijate!, a las orejas". Ha vuelto fascinada. Habla de eso con pasión, inteligencia y gracia. Ha regresado, en suma, tocada de la oreja. Y a fe que, en estos tiempos, no se ve mejor toque de perfección.
Lo difícil será que cale en la escucha -"por narices, sí; / por la oreja, no" - de este preelectoral país. Lástima de dificultad. Porque es órgano que a lo sumo, asociamos a un cumpleaños, a la fabada ("¡Qué oreja más peluda tenía esté, puto cerdo, Camila!") y a los trofeos taurinos. O sea, que la vemos siempre coloradota, medio cocida o sanguinolenta. Pasamos de ella y, directamente, nos enfrentamos con la escucha. Ya lo observó Lord Bajov cuando, a finales del siglo XVIII, vino, a perderse por estos andurriales: "Raro pueblo, en verdad, que abre la boca para no escuchar nada o que cierra los ojos para escuchar más de lo debido" .
Hemos perdido el culto para regocijarnos con la cultura, ¡otra más!, de la oreja. Quedará bien decir que. la pérdida arranca de los tiempos de los Reyes Católicos. Y, a todo esto, el cristianismo primitivo tuvo en alto concepto a la oreja. Hasta que en el Concilio de Nicea se decretó que lo mejor era. dejarla en paz de una vez por todas, para evitar rísitas judeomasónicas, lo normal es que abriesen un misal y allí pudieran leer que la Virgen, Madre de Cristo, había concebido por la oreja. Y se organizaban debates sobre si con la izquierda o con la derecha. Concluyendo, y para aliviar el zumbido, que la cosa viene de largo.
Lao-Tsé, precisamente, tenia unas orejazas de siete pulgadas d e largas. Por eso fue longevo y sabio. Y de ahí la idea, para ahorrarnos, escuchas y desgarrones, de que acudan los tres candidatos al programa de Pepe Navarro. Y que allí se las midan. Y que, sordera o no, gane el tamaño. (Telón).
Babelia
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